¡Chocamos! ¿De quién es la culpa?
Texto y fotos: FAB
Siniestros, no accidentes
Generalmente nos referimos a los siniestros de tránsito como “accidentes”, porque así se los consideraba antiguamente, algo que ocurría accidentalmente en forma casi inevitable. Sin embargo la realidad es distinta, los accidentes siempre tienen una o múltiples causas que pueden ser prevenidas para evitar que ocurran, por lo cual lo correcto es llamarlos “siniestros”.
¿Quién es el culpable?
Si vamos a los comentarios en las redes sociales bajo la publicación de un siniestro de tránsito, veremos que el común denominador es que el “público” en general ya tiene una opinión formada de quién es “culpable” del evento, y el veredicto en el micromundo virtual –que cada vez más se confunde con el real– es lapidario, irrefutable y de paso se exige una sentencia ejemplarizante que va desde la condena al Toro de Falaris o, en casos de choques simples sin lesionados, la Doncella de Hierro. Afortunadamente estas máquinas de tortura se dejaron de utilizar después de la Inquisición y actualmente no se consiguen ni en Mercado Libre.
Sin embargo existe una ciencia que estudia los “accidentes”, la “accidentología vial” que en décadas de estudio ha determinado que casi nunca hay un solo “culpable” y que para que ocurra un siniestro de tránsito deben darse varios factores determinantes. Eso tira por tierra aquello de que “la culpa es de tal porque no respetó la derecha” o de cual “porque iba a exceso de velocidad”. Cada cosa tiene sus matices y si bien unas son más relevantes que otras, todas juegan a favor del desenlace menos pensado.
La “derecha”, la “preferencia” y las “preferenciales”
Ciertamente en nuestro país en general y especialmente en Paysandú, las verdaderas causas de un siniestro de tránsito importan poco para la ley o las aseguradoras y todo se reduce a quién tenía la preferencia, si el conductor estaba habilitado para conducir o si tenía o no alcohol etílico en sangre, aunque se trate de una sola molécula casi indetectable de C2H6O. Eso es lo que lleva a la confusión del “ciberjurado” en general, que termina simplificando las cosas hasta el absurdo para condenar con su click lapidario al supuesto asesino serial del volante, sin el menor conocimiento de la realidad.
Pero si lo que nos interesa es la verdad y no solo destilar violencia cibernética, vayamos despacito por las piedras.
Este es un decálogo de elementos para tener en cuenta a la hora de observar la escena del crimen, por lo menos para no reducir las cosas al “dedito para abajo” del Coliseo Romano, en el cual el emperador que decide la suerte del condenado pasa a ser la multitud que sentencia con su opinión en las redes sociales. No es un tratado científico, sino más bien “la voz de la experiencia”, lecturas y sobre todo, aplicación del sentido común (que existe, aunque en estos tiempos está en vías de extinción).
Sí, pero…
Si al llegar a la escena de un siniestro de tránsito le preguntamos a uno de los implicados quién tuvo la culpa, casi siempre la respuesta será: “el otro”. A veces las causas son bastante evidentes, otras no tanto. Y es ahí donde el jurado y cada uno de nosotros tenemos tendencia a simplificarlo todo: “este venía por la derecha, el otro no respetó la preferencia”… Sin embargo en las oportunidades en que se tiene acceso a un video “irrefutable” del momento en que se produjo el evento, suele suceder que aparecen otras visiones y el tema ya no es tan claro. Por ejemplo, en casos en que el vehículo que “tenía la derecha” o iba por una calle preferencial se lo ve llegando a la esquina a una velocidad desproporcionada, o que el motociclista circulaba haciendo piruetas. Y aún así, hay cosas que el video no pude mostrar. He aquí algunas de ellas.
-Distracciones. Aquí el rey es el celular. Una fracción de segundo de distracción en un momento clave es suficiente para provocar un desastre. Pero también puede ser por tomar un mate mientras se maneja, un objeto que se cae, el perrito que lleva en la falda y que quiere tirarse por la ventanilla, el subwoofer con un millón de watts destrozando ventanillas, entre miles de etcéteras.
-El parante del parabrisas. Los vehículos modernos están diseñados para dar la mayor seguridad posible a sus ocupantes en caso de accidentes, y para la aerodinámica. Por eso los parantes de los parabrisas son cada vez más gruesos y fuertes, y están más inclinados hacia atrás. Esto tiene como consecuencia que obstruyen la visión en un amplio sector hacia los lados, y puede ser crítico al llegar a una esquina. En determinados momentos y a ciertas velocidades en que se sincronizan los movimientos, pueden ocultar completamente una moto o hasta un auto que, cuando aparecen en la visual del conductor, ya es tarde para evitar el choque.
-Vehículo estacionado sobre la esquina. Si al problema de la escasa visibilidad de los modernos automóviles y SUV le sumamos la pésima costumbre de algunos conductores imprudentes que estacionan sus vehículos sobre la esquina, obstruyendo aún más la visión, estamos ante un combo perfecto para el desastre. Cuando llegamos a una esquina, estamos acostumbrados a tener determinada visibilidad en ciertos puntos críticos a la velocidad que acostumbramos a circular. Si al llegar a determinada altura vemos bloqueada la visión, ciertamente deberíamos frenar a cero para asegurarnos que no viene nadie. Pero… nadie hace eso. Lo “normal” es continuar la marcha –al fin y al cabo a esa altura ya estaremos encima de la bocacalle– pero si viene alguien demasiado rápido y confiado en “su preferencia”, el choque está garantizado, porque lo que no se ve, no se puede evitar. En definitiva el que estacionó mal –y peor aún, lo hace a conciencia– es tanto o más responsable del choque que los protagonistas. Lamentablemente en Paysandú la Intendencia no controla esta gravísima infracción, colaborando con el caos en que se encuentra el tránsito sanducero.
-Reflejos en el parabrisas. Los parabrisas inclinados suelen reflejar con mucha intensidad objetos que están dentro del vehículo, en especial si se encuentran sobre el tablero y si son de colores claros. Incluso los reflejos provocados por el propio tablero pueden ser molestos, y llegar a confundir al conductor u ocultar la presencia de una moto u otro vehículo que se aproxima. Si esto ocurre en un cruce, puede ser causa de siniestro. Es por eso que prácticamente todos los tableros son negros, pero aún así reflejan parte de la luz solar y cuando los rayos inciden de determinada manera generan un velo brillante sobre el interior del parabrisas que impide ver bien. La silicona que se utiliza para proteger los plásticos incrementa el problema.
-Luz amarilla. En cruces con semáforos no debería haber accidentes. Al menos eso es lo que marca la lógica. Pero ocurre que muchas veces se trata de aprovechar al máximo la luz amarilla, y se termina cruzando ya en rojo. Si del otro lado se encuentra alguien apurado por retomar la marcha, más atento a la luz que al tránsito, o que se “adelanta” una fracción de segundo al cambio de luz para aprovechar la onda verde, el desastre está garantizado. Además, en Paysandú la luz amarilla es muy corta en todos los semáforos, del orden de los 3 segundos, por lo que casi siempre se termina de pasar en roja. Este problema se aprecia más en donde hay radares con foto, porque el infractor –al fin y al cabo está cometiendo una infracción, aunque sea por mala praxis colectiva— termina con una multa por cruzar inhabilitado. La culpa no es del aparato, por cierto, sino de una conjunción entre una mala costumbre y un tiempo de luz demasiado corto.
-Velocidad excesiva. ¿Hasta dónde hay que ver en una bocacalle para continuar la marcha? Está bien que hay preferencias y preferenciales, “la derecha”, etcétera. Pero hay un punto en donde aún respetando y teniendo todas las precauciones, es imposible evitar cruzarse delante de un vehículo que aparece con la velocidad de una flecha y sin siquiera reducir la marcha al llegar a la esquina. Naturalmente al acercarse a una bocacalle se va prestando atención a que no venga otro vehículo por la arteria que cruza, hasta que, al llegar a cierto punto donde se puede ver por ésta hasta unos 30 o 40 metros, si no viene nadie se retoma la marcha. Eso funciona bien para velocidades razonables, del orden de los 40 a 50 kilómetros por hora como máximo –de hecho en las esquinas siempre debería ser menor–, pero si el que “tiene la derecha” o la “preferencia” circula a 60, 80 o más kilómetros por hora, no hay previsión que valga. Por otra parte, en Paysandú la norma indica “Ceda el Paso” en las preferencias y calles preferenciales, pero para que se pueda circular sin siquiera reducir la velocidad en los cruces, debería ser un “Pare” total que –por supuesto– absolutamente nadie hace. Esta norma, muy utilizada y respetada en el primer mundo, significa que por un instante las ruedas del vehículo deben quedar completamente detenidas; si no, es infracción.
Por otra parte, cuando uno va a cambiar de dirección lo correcto es poner señalero unos segundos antes, mirar hacia atrás por los espejos y si la vía está libre, realizar la maniobra. Pero esto veces es insuficiente, porque allá a lo lejos puede que venga un “motorratón con esteroides” en plena carrera y al no verlo o apreciar debidamente la velocidad del bólido, obstruirle el paso, provocando una catástrofe involuntariamente. Ejemplos de casos así hay muchos, incluso con víctimas fatales. Además de la lamentable pérdida de vidas jóvenes y graves consecuencias para quienes sobreviven, la Justicia tiene la mala tendencia a condenar al infortunado que confió en que podía pasar sin apreciar que en los hechos, por acción o por omisión –de quienes tendrían que controlar–, nuestras calles son un híbrido con pista de carreras.
-Confusión del conductor. Los conductores son personas, y como tales son pasibles de confundirse. Por ejemplo, miraron el semáforo equivocado y pensaron que estaban habilitados para pasar, y en realidad estaba en rojo. O confundieron el que sólo habilita a doblar con el que permite continuar derecho; o la luz roja se confundía con el fondo; o no encontró el semáforo porque la Intendencia dejó de reponer los que se fueron rompiendo.
-Exceso de confianza. Quien maneja mucho o desde hace muchos años, el conducir para a ser algo automático y deja de ser razonado. Esto es normal y en la mayoría de los casos, algo positivo, porque en situaciones críticas la maniobra evasiva surge naturalmente en forma inmediata, por ejemplo. Pero a veces se genera un exceso de confianza que puede derivar en un siniestro de tránsito. Por ejemplo, por ir demasiado rápido cuando las condiciones del pavimento o del clima no son óptimas; o tomar una curva a una velocidad excesiva; o llegar a la esquina pensando que nos da para frenar si aparece otro vehículo. Lo cierto es que por encima de los 35 kilómetros por hora en una bocacalle, es virtualmente imposible evitar un choque; y eso siempre y cuando al menos por una fracción de segundo se sacó el pie de acelerador para prepararse ante la eventualidad de tener que frenar de golpe.
-Falta de luces o elementos de seguridad. De nuevo: lo que no se ve, se termina chocando. Muchas veces creemos que, como nosotros tenemos buena visibilidad de los demás, ellos también nos ven perfectamente. Este es uno de los errores capitales de muchos motociclistas y determinante de una buena parte de los accidentes. Si la moto no tiene luz –y de calidad, potente— no será visibilizada en el tránsito. Aún así, para los demás conductores no es fácil establecer la distancia real a la que se encuentra una moto y por lo tanto, la velocidad a la que se mueve, por ejemplo cuando circula rápido por una calle preferencial, porque al tener una sola luz el cerebro no cuenta con la ayuda del “paralaje”.
Esto es, que en un auto, camioneta o camión sabemos qué tan lejos está y si se acerca muy rápidamente por la distancia aparente entre los faros y viendo cómo esta cambia a medida que se acerca. En la moto, que tiene un solo faro, la única referencia es un punto luminoso, ya sea blanco si se ve de frente, o rojo desde atrás. Mucho más difícil aún es establecer la presencia de un vehículo sin luz en la oscuridad. Además, los vidrios polarizados incrementan las dificultades. Por eso es que la Ley Nacional de Tránsito establece la obligatoriedad del uso de chalecos reflectivos para los motociclistas. Pero esa norma tampoco se controla en Paysandú, por lo cual la calle en este aspecto es un “sálvese quien pueda”.
-Parabrisas y vidrios sucios. La suciedad de los vidrios o incluso los espejos son una gran contribución para el desastre. Una mancha en los cristales puede distraer la vista del conductor o engañar la mente, ocultando información importante en el tránsito. Puede ser tanto tierra adherida, el regalito que nos dejó un pájaro o las gotas de lluvia. Por más bien y cuidadoso que se sea, estas distracciones pueden producir un accidente.
-“Momento bobo”. “Todos tenemos un momento de bobera”, decían nuestros abuelos. Y eso se cumple también en el tránsito. Nos confundimos de calle y miramos para el lado que no era, entramos en otra contramano unos metros, no vimos que el que iba adelante frenó, miramos algo llamativo, etcétera. Ocurre mucho más de lo que parece. Solo que muy pocas veces termina en un siniestro.
-No todos somos “Fitipaldi”. Podemos ser o creer que somos unos genios del volante –percepción que obviamente está equivocada, pero que nadie nos va a hacer entender— pero en la calle hay todo tipo de “pilotos”; los hay buenos, malos, mediocres. Con los reflejos de un gato y los que tienen las reacciones de un perezoso hibernando. Hay que entender que la calle es de todos, y por lo tanto es necesario adaptarnos para que sea lo más segura posible. Y nunca dar por sentado que el otro va a reaccionar igual que lo haría uno.
Estos son solo algunos puntos a tener en cuenta, aparte de los obvios que todos conocemos: conductores bajo efectos del alcohol o sustancias, energúmenos que andan como si esto fuese el TT de la isla de Man, otros que no saben ni cómo llegaron a estar sentados frente al volante, los que no conocen los espejos y van por el medio de la calle obstruyendo el tránsito, menores manejando, gente muy capacitada y otros que no están preparados y sin embargo tienen libreta.
Pero la realidad es que los accidentes ocurren porque ninguno de los protagonistas evitó que sucediera. Al final del día no importa quién “tiene razón”, lo que vale es llegar sanos y salvos a destino y, si es posible, sin un raspón en la carrocería.
Es estúpido decir “yo tenía la preferencia” cuando terminamos hechos una momia de yeso y postrados de por vida por no haber frenado a tiempo. Todos somos responsables de la seguridad en el tránsito, y como quedó demostrado en las líneas precedentes, la “culpabilidad” no se puede reducir a quién iba por la derecha o la calle preferencial, más allá de lo que corresponda a la responsabilidad penal o civil en caso de accidente. La razón más razonable está en evitar el siniestro. Lo demás… es lo de menos. → Leer más