Ya ingresando de lleno en la campaña electoral, primero en el marco de las relaciones internas y luego el lanzamiento a pleno hacia la elección nacional, hay temas que no figuran en un lugar prioritario en la agenda de los políticos que aspiran a contar con la confianza del electorado, pero que son de vital importancia para el país en lo macro y luego bajado a lo micro, que refiere a las condiciones en que se desenvuelven los sectores productivos, los creadores de la riqueza.
Uno de ellos es precisamente el de la competitividad, tanto de nuestros productos primarios como los semielaborados y elaborados, afectados todo por un país caro, que repercute en los insumos, y que a menudo deja fuera de competencia a nuestros productos en los mercados, sobre todo cuando interviene un porcentaje significativo de mano de obra, por sueldos que son altos en dólares, aunque su poder de compra en lo interno sea relativo.
En este contexto, recientemente tuvo lugar el tradicional Congreso Anual de la Federación Rural, donde más allá de la puesta al día en una diversidad de temas que tienen que ver con problemáticas solamente intrínsecas al sector, al recambio generacional en el campo, a la innovación tecnológica, es recurrente la mención del dólar barato como un factor de profundos efectos negativos en el sector.
Nuevamente, pero esta vez incluso con mayor énfasis, los productores están reclamando del gobierno, de las autoridades en el área monetaria pero también en el marco de las decisiones políticas y no solamente técnicas, que el atraso cambiario del Uruguay está deteriorando sistemáticamente la competitividad, que es un aspecto clave para proyectarse a los mercados y consecuentemente obtener divisas para reciclar dentro de fronteras y multiplicar la riqueza mediante la circulación de recursos.
No es un secreto para nadie que el atraso cambiario, el dólar planchado, es un recurso que han utilizado todos los gobiernos para mantener controlada la inflación, y a la vez dar cierto auge al mercado interno por generar un mayor poder de compra de los salarios en dólares, pero naturalmente, esta es un arma de doble filo, por cuanto también encarece nuestra producción hacia el exterior y a la vez los productos importados se abaratan, en desmedro de sus similares de producción nacional.
El punto es que hasta ahora, el equilibrio ha sido el factor ausente, por cuanto los salarios se han incrementado en dólares y por lo tanto ello se traduce en precios exacerbados en el escenario internacional cuando interviene la mano de obra, por lo que de esta forma indirectamente se estimula la primarización, la producción solo de materia prima para que se le genere valor agregado fuera de fronteras, y desde el exterior a la vez se reexporte procesado hacia mercados como el nuestro, sosteniendo así el trabajo en otros países mientras dentro de fronteras las fuentes de empleo genuino escasean.
Pero además, como bien sostiene el dicho, todo tiene que ver con todo, y los altos costos internos involucran asimismo la energía eléctrica y combustibles, la carga impositiva, los salarios, los insumos, tanto importados como nacionales, por cuanto la cadena de altos costos se realimenta, y lo único “barato” es lo importado. Pero ello solo dura mientras se tenga actividad interna, y precisamente cuando los creadores de riqueza se ven en problemas, toda la estructura se resiente y más temprano que tarde va a repercutir en los sectores más vulnerables de la cadena, esto es los de ingresos fijos, porque los costos empresariales no resisten la caída de actividad y se pierden empleos.
Hasta ahora, el agro, en un país de base esencialmente agropecuaria, ha podido ir salvando la situación cuando los precios internacionales nos favorecen, pero en tiempos normales o peor aún, de caída, los ingresos son escuálidos o insuficientes para evitar los números en rojo de los sectores reales de la economía.
Hay por cierto componentes que a esta altura resultan imposibles de soslayar en esta cadena de altos costos internos, y en el análisis de los factores que pesan en el combo de la competitividad, tenemos que el tipo de cambio real efectivo que elabora el Banco Central del Uruguay, indica que nuestro país se ha vuelto muy caro, afectando la producción agropecuaria y además el turismo y la industria nacional, que son la columna vertebral de nuestra economía, porque el Estado, lejos de crear riqueza y dar trabajo genuino, provee burocracia para sostener y solo administrar, las más de las veces mal, los recursos que recibe por los aportes de los sectores productivos, de los capitales de riesgo que paradójicamente son desestimulados por estos altos costos.
En la exposición de los dirigentes de la Federación Rural, se hizo hincapié en que hay un atraso cambiario “brutal”, que no es compensado por la significativa baja en la inflación, por cuanto el dólar sigue “planchado” y consecuentemente se sigue depreciando con relación al peso, en tanto dijeron los dirigentes que el sector debe dejar de considerarse como una fuente de recursos y ser visto como lo que es, un socio motor del desarrollo social y económico del país.
En este camino hacia las elecciones de octubre, estos y otros argumentos han sido sintetizados por la gremial ruralista en un documento expresamente elaborado para entregar a los precandidatos de todos los partidos, donde se resumen ejes temáticos para trabajar por el nuevo gobierno.
Se incluyen así el atraso cambiario en primer lugar, impuestos nacionales, impuestos municipales, salud animal, infraestructura, logística y comunicaciones, sistema financiero, inserción internacional, capacidades institucionales, funcionamiento del Estado, solicitud de cambios en normativas vigentes y planteos de normativas nuevas, entre otros temas varios.
Por supuesto, en este documento se tienen cuenta la situación e intereses del sector agropecuario, pero los planteos se enmarcan en una problemática general del país, de los sectores reales de la economía, a quienes les pesa el denominado costo país, que puede sintetizarse en el costo exacerbado del Estado, que es el verdadero problema.
Y ello nos deja en el origen central de todas estas desventuras, al fin de cuentas: el peso del Estado, al que hay que financiar detrayendo recursos de los sectores productivos, tanto de bienes como de servicios. Con un Estado eficiente y reducido a lo que debe ser no habría que apelar al tipo de cambio, a los altos impuestos, a los desequilibrios fiscales y en fin, a tantos recursos que son pan para hoy y hambre para mañana.
Solo que hasta ahora, la reforma del Estado para ponerlo al servicio del crecimiento y que deje de ser rémora para el desarrollo, ha quedado solo en anuncios.