Leonardo Ghuisoli asegura que “nunca viví en el campo, sino en el barrio San Félix. Me vinculé al campo porque mi abuela tenía un campito en Casa Blanca. De ahí, me fui a la escuela agraria por 6 años”. En un barrio vinculado a las jornadas hípicas, este joven domador no iba a tener dificultades en elegir su trabajo por vocación. “Con el paso de los años, comencé a tener contacto con Marcelo González, instructor de doma tradicional y el gusto por el caballo me llevó a dedicarme a la doma”.
Mientras estudiaba, “tuve varias oportunidades de dejar la escuela agraria, pero por orientaciones de mis padres seguí con la tecnicatura Agrícola Ganadera, en UTU por dos años y medio y los fines de semana movía algún caballo. Después que me recibí, pero nunca ejercí hasta hace un año y medio, cuando me contrataron en una empresa ganadera. Allí hago media jornada en el establecimiento y el resto del tiempo me dedico al caballo”.
Su jornada es de entrenamiento para los concursos de doma. “Trabajo con otro muchacho, porque competimos para enduro y marcha. Dentro de la raza del caballo criollo, me he dedicado a casi todas las disciplinas. La doma es mi fuerte”. Además Ghuisoli es herrador profesional desde hace varios años.
Doma racional
Reconoce que su técnica “no es aplicada por la mayoría, pero hoy está muy divulgada. Hay mucha información sobre el tema, aunque no quiere decir que haya conocimiento”. En el transcurso de la pandemia, realizó cursos con especialistas brasileños y argentinos, a través de internet.
“El tema de la doma racional se ha propagado bastante en la región y para quienes se dedican al caballo, hay una diferencia grande entre lo que es una doma de este sistema y hacerlo por el tradicional”. Y en su aprendizaje ha tomado aspectos de ambas, para crear una relación con el potro.
“Por ejemplo, en la tirada de abajo del potro desbocado, al usar el método racional se espera por el tiempo del caballo. Se usa poca presión hasta lograr que el caballo entienda y razone. Por eso es doma racional. Después hay varios caminos y técnicas. Cada domador tendrá la suya, pero siempre deben ser varias alternativas para resolver ciertos casos”.
En su caso, explica que le llevó unos diez años de aprendizaje. “Traté de especializarme en la mezcla de dos técnicas y creo que hoy en día mi sistema es una ayuda para desenvolverse delante de un potro. Nadie inventa un sistema solo. Todos absorbemos cosas que vamos viendo o escuchando y eso también demuestra que uno está abierto a aprender. Además, de la escuela diaria que se aprende de los caballos”.
Una Clase
Explica que la doma es una clase. “Es como el maestro delante de su alumno, debe tener cierta personalidad. Respetar y generar confianza porque este alumno no aprende con el miedo. El miedo solo somete y no establece una relación. Incluso, hay entredichos con el caballo, pero todo forma parte de esa relación”.
Esta clase puede llevar varios meses, “para entregar el caballo bien madurado. Si tiene que trabajar con ganado, me lleva unos seis meses. Pero en ninguno de los casos, trabajándolo todo el mes corrido”.
En el primer mes, “trato de que se amanse para la primera montada y sujetada. Cuando veo que puede hacer una salida, o el primer recreo, dejo que descanse una semana o 10 días. Si descansa la carga de información en su cabeza, estará mucho más receptivo”.
Su trabajo consta de varias etapas, con la iniciación y redomoneada. “Cuando retomo, repaso lo anterior para seguir con la etapa de la enfrenada. Son partes fundamentales, porque es la manera que puedo enseñarle a trabajar. Antes lo daba por terminado cuando aceptaba el freno, pero ahora trato de corregirlo y ahí recién veo a un caballo con una seguridad mayor”.
Ghuisoli se desempeña hasta el mediodía en un establecimiento, donde lleva adelante una rutina como en cualquier estancia y en la tarde se dedica a la doma. “También trabajo con potrillos, que –como el ejemplo de una clase– es como el nivel inicial de una guardería. El potrillo tiene un tiempo muy limitado de concentración y tengo que usar técnicas más sencillas para que aprenda a cabrestrear y se le vayan las cosquillas”.
La genética
La genética aporta un factor fundamental en su tarea. “Hay cabañas que se dedican a usar una genética para las marchas y otras, para el enduro. Algo que me ayuda mucho es conocer la genética y cuando sé del pedigí, también conozco el aporte de cada uno. La genética manda en un 80% y se puede observar desde potrillo, si un potro tiene problemas de comportamiento”.
Por eso, “no podría decir que mi doma es netamente racional. El bocado de cuero en este estilo no se permite y yo la uso. Es la base de redomoneada”. Se define como “un domador por vocación y si elijo esta vida, no puedo buscar la desventaja para el caballo, sino su bienestar”.
En este sentido, subraya que “una de las cosas que no me llaman la atención son las jineteadas y, sin embargo, tengo amigos que lo hacen”. Porque “a mí se me dio la oportunidad de trabajar con caballos de alto valor, por eso cuido su aspecto sanitario. Y me dedico a caballos con destino deportivo, prácticamente no domo para las estancias”.