La problemática del consumo y venta de drogas en nuestro medio es solo un síntoma de la pérdida de valores y degradación de sectores de la sociedad que lamentablemente se va expandiendo, y que es a la vez disparador de situaciones harto problemáticas que se proyectan hacia otros ámbitos de la sociedad que no están directamente afectados por este flagelo, pero sí por sus consecuencias, con una tendencia creciente.
Recientemente dábamos cuenta en EL TELEGRAFO sobre la situación que se vive en el Barrio Artigas, que bien sirve como ejemplo, donde los vecinos denuncian reiteradamente la situación que les toca vivir como consecuencia de una familia que reside en una casa donde señalan existe venta de drogas al menudeo, y cuyos integrantes, tanto mayores como menores, ejercen la violencia y amenazas hacia los vecinos.
La problemática en este caso incluye la venta callejera de drogas por uno de los menores “a la vista de todo el mundo”, en tanto otras hijas menores se paran ante la puerta de un centro liceal para golpear a las estudiantes que “las miran”, sin otra causa que buscar excusa para “darles una lección” a las estudiantes.
Denuncian los vecinos que provocan peleas y hacen daños en el barrio, incluyendo vehículos, “solo por diversión”, y que además “son peligrosos” y buscan cualquier oportunidad para pelear y apalear entre todos a quienes andan en la vuelta.
Y si bien este es solo un caso, es el reflejo de muchas situaciones similares que se dan en nuestra ciudad y en prácticamente todo centro poblado del país, con la droga como epicentro y generador de las disputas y afectación de la calidad de vida de los vecinos.
Lamentablemente, desde las autoridades, y ya desde hace muchos años, se tiende a relativizar que haya bocas de droga, porque en realidad el gran problema sería causado por los narcotraficantes “pesados”, que en esta óptica son los únicos a los que se debería combatir, cuando la realidad es muy distinta, porque hay una realimentación que permea hacia diferentes estratos de la sociedad, y todos, quien más quien menos, sufren las consecuencias.
Ergo, los golpes que se asesten a los grandes traficantes siempre son bienvenidos, porque implica un corte a la distribución y consumo, pero a la vez la dispersión se hace de forma capilar, y es en la sumatoria de estos focos donde se genera la demanda que justifica y alienta a los grandes operadores del narcotráfico, ya sea en el escenario interno como así también como país de paso de la droga hacia otros destinos.
Para más o menos acercarnos a la dimensión del tema, es preciso ubicarnos en una realidad que no es propia de una sola ciudad o departamento, sino que es común a todo el país y la región, naturalmente, pero en cada caso con particularidades propias.
Viene a cuento por ejemplo hacer mención a lo ocurrido en Montevideo, más precisamente cuando un grupo de vecinos de Aguada y Cordón Norte, decidieron unir fuerzas en sus reclamos por la seguridad. Hace un año, fueron al Parlamento a pedirle a los legisladores que se tomaran medidas para mejorar la convivencia y que haya un mayor combate al narcotráfico, pero ante la falta de resultados, hace poco volvieron a pedir ayuda, esta vez ante la Comisión Especial de Seguridad y Convivencia de la Cámara de Diputados.
Los vecinos prefirieron el anonimato al hablar ante los legisladores y les aseguraron que viven estos problemas a diario. Según expresaron, el narcotráfico es una de las explicaciones que le encuentran a este fenómeno. Está “afincado de manera estructural y organizada, y hace inteligencia”. Además, contaron que corren un “riesgo” porque los delincuentes los comienzan a conocer con el paso del tiempo, incluso a quienes llegan a la zona solo para trabajar. El temor llega a los grupos de WhatsApp: muchos no se animan a “expresar opiniones o generar iniciativas” porque pueden ser identificados.
Los vecinos creen que están ante una “falta de respuestas en el territorio” y aseguraron que, tanto el gobierno como la Intendencia de Montevideo, “responden como Bomberos”: cuando los llaman y les insisten, los agentes concurren al lugar pero después se van. “Estamos en un estado de indefensión ciudadana. ¿Pasan patrulleros? Sí, pero como turistas. Parece que no ven o tienen la orden de no ver. No sé qué es lo que pasa. Es evidente que más allá de la honestidad y de la buena voluntad –que recalco–, no hay un plan”, señaló uno de los vecinos que se expresó de forma anónima.
Es que en todo lugar donde existen las bocas de droga, como vemos en Paysandú, se genera una situación de inseguridad y de amenazas delictivas a prácticamente todo el barrio, porque a la vez estos centros de distribución al menudeo son frecuentados por “malandras” que no solo se dedican al consumo, sino que se organizan en bandas y grupos “solidarios” para robar, ingresar a las casas del barrio, y en sus visitas por droga se dedican a detectar vulnerabilidades y/o bienes de la casa, las rutinas de los moradores, entre otros aspectos de “inteligencia” delictiva, para operar cuando lo crean oportuno.
Este es el gran problema, y no solo por la venta de droga a los consumidores, sino que es un centro de inseguridad cuya importancia en los hechos se ha minimizado por quienes deben combatir la droga y velar por la seguridad de los vecinos.
No estamos mayormente ante “pobrecitos” que caen en la droga, sino ante organizaciones o habitués del delito, –muchas veces delinquen para regalar por pocos pesos lo que roban y así volver a drogarse– y la carne de cañón es el vecino, quien no se mete por temor a represalias. Todo eso es posible porque precisamente la represión no resulta efectiva para estos delincuentes, que salen de prisión tan pronto como entran, –cuando realmente entran–, porque se colocan las más de las veces en postura de víctimas de la sociedad, en lugar de victimarios del ciudadano.
Hay una proliferación de bocas y una multiplicación de personas que se instalan en la vía pública a vender, las que sin embargo no son sacadas de las calles con la presteza que se debería. Paradójicamente, desde el Ministerio del Interior se indica que lo que empieza como un lugar de venta de drogas deriva en otros actos que pueden llegar hasta el homicidio; y cada boca que se cierra implica una caída del delito entre 12% y 22% en esa zona.
Bueno, pues de eso se trata, de asumir que una boca de droga no es un delito menor, sino una fuente de difusión del delito por el barrio, y por cierto que es una farsa que se intente disfrazar el lugar como una residencia familiar, porque es precisamente una excusa que se maneja para oponerse a los allanamientos nocturnos, como se pide, cuando estas bocas funcionan a pleno durante la noche, y de esta prohibición solo se favorecen los delincuentes, lo que conjugado con el narcotráfico destruye los barrios copados por la delincuencia.
Lo explicó en su momento Sebastián González, exdirector de Convivencia y Seguridad Ciudadana, al señalar que en cada boca que hay en el país, “lo primero es la venta, pero no es lo único que viene con una boca, después viene el hurto y la rapiña porque allí hay receptación (comprar, recibir u ocultar objetos producto de un delito), después va a haber peleas porque hay gente que no pagó, después otro tipo de peleas por el territorio o por consumidores que quieren ir a comprar a otra boca” lo cual multiplica la violencia y puede terminar también con la muerte de personas.
Razón de más, por si se necesitara, para que se actúe con la firmeza y la eficacia que lamentablemente ha faltado hasta ahora, para combatir una fuente fundamental para la generación de inseguridad y toda forma de delito, en perjuicio de los ciudadanos. Un debe a corregir, por mejor calidad de vida y el bienestar general de los uruguayos. → Leer más