Se terminó la fiesta de los commodities

Cada día surgen en diversos ámbitos de la realidad nacional y latinoamericana voces que reconocen el fin de una época dorada en el precio internacional de los productos primarios, también llamados commodities. Luego de casi una década de precios históricamente altos, los países de la región se enfrentan a un despertar abrupto y poco placentero, ya que como ha sucedido en otras épocas y bajo gobiernos de otro signo ideológico, la falta de planificación a largo plazo y la costumbre de gastar como si los ingresos extraordinarios durasen para siempre sigue siendo la nota distintiva de la improvisación de los gobernantes latinoamericanos.
En un artículo publicado hace algún tiempo en el diario argentino “Página 12” el sociólogo y politólogo brasileño Emir Sader señaló, refiriéndose a las economías latinoamericanas, que un “factor condicionante, en principio a favor, después en contra, fue el relativamente alto precio de los commodities durante algunos años, del que los gobiernos se aprovecharon, pero no para promover un reciclaje en los modelos económicos para que no dependieran tanto de esas exportaciones. Para ese reciclaje habría sido necesario formular y empezar a poner en práctica un modelo alternativo basado en la integración regional. Se ha perdido un período de gran homogeneidad en el Mercosur, sin que se haya avanzado en esa dirección. Cuando los precios bajaron, nuestras economías sufrieron los efectos, sin tener como defenderse, por no haber promovido el reciclaje hacia un modelo distinto”. En Uruguay, mientras tanto, en una entrevista publicada la semana pasada en el semanario “Crónicas” el diputado frenteamplista Alejandro Sánchez, del Movimiento de Participación Popular (MPP) expresó de manera clara este fenómeno: “Las izquierdas latinoamericanas tuvieron un problema: se acabó el boom de los commodities, bajó el crecimiento económico, y se desfinanciaron sus programas”.
Lamentablemente existen varios ejemplos en América Latina de países que han fracasado a la hora de superar su crónica dependencia de una materia prima determinada, tratando de agregar valor a los productos de ese sector. En el caso de Chile, por ejemplo, cuya economía depende básicamente del cobre, la presidenta Michelle Bachelet planteó, diez días antes de culminar su segundo mandato, la seriedad de este problema: “¿Hemos hecho lo suficiente para superar la vulnerabilidad de nuestra economía? (…) Se trata de una pregunta que, lamentablemente, cien años después no ha perdido su pertinencia. Y se nos plantea hoy nuevamente el riesgo de descansar nuevamente en las subidas coyunturales del precio del cobre”. Es importante tener en cuenta que en el año 2017 Chile fue el mayor exportador de cátodos y minerales de cobre por un total de 5,6 millones de toneladas anuales, lo que equivale a casi un tercio de la oferta mundial de ese mineral. Este panorama es más preocupante si tenemos en cuenta otros elementos de la economía, la política y el comercio internacional, los cuales han llevado a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) a realizar la siguiente predicción para el año 2018: “Las bajísimas inversiones, la caída de los precios de los commodities que nuca recuperaron los niveles de los años de boom, y la suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos son algunos elementos que moldean una coyuntura menos favorable para América Latina”.
El fenómeno por el cual una economía pierde capacidad industrial para concentrar su actividad en el sector primario de los commodities es llamado reprimarización y constituye la contracara del proceso industrialista basado en la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) que vivieron los países latinoamericanos durante los años cuarenta y cinco del siglo pasado. Como ha señalado la Secretaria Ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, “para revertir la preocupante reprimarización exportadora es preciso lograr avances en productividad, innovación, infraestructura, logística y formación y capacitación de recursos humanos. Estos avances son fundamentales para crecer con igualdad, en un contexto de acelerado cambio tecnológico”.
Uruguay no escapa a ese panorama regional y sus exportaciones se han concentrado en los últimos años en productos primarios tales como pasta química de madera, carne bovina, soja, arroz, carne ovina, entre otros. En ese camino, nuestro país ha perdido día tras día su capacidad industrial y con ello las posibilidades de incorporar valor agregado a sus productos. En lugar de productos terminados como zapatos, prendas de confección o muebles, estamos exportando cueros crudos, lanas y madera o sus derivados más inmediatos, generando puestos de trabajo en el exterior y no en un país y un departamento que los necesita de manera urgente. Claramente no hemos seguido las recomendaciones de la funcionaria de la Cepal ya que continuamos apostando a inversiones internacionales que no generan puestos de trabajo sustentables en el largo plazo ni capacitan a nuestros obreros ya que los trabajos más importantes y calificados se realizan con trabajadores extranjeros. Paysandú ha sido protagonista de este doloroso fenómeno que se ha traducido en cierre o reducción de industrias, con las consabidas pérdidas de fuentes de trabajo para miles de trabajadores de nuestro departamento.
Este retroceso industrial de nuestro país resulta más doloroso porque en los últimos años hemos transcurrido por una década en el cual los ingresos generados por los altos valores de los productos primarios exportados Uruguay tendrían que haber sido aprovechados para ahorrar e impulsar planes concretos como por ejemplo el mejoramiento de la infraestructura nacional, un mayor y mejor gasto en educación o una política de crecimiento de la actividad manufacturera nacional en lugar de haber sido malgastados en las operaciones llevadas adelante por Ancap o ALUR, que han representado pérdidas de cientos de millones de dólares para todos los contribuyentes uruguayos.
Los vínculos laborales que el Estado ha generado en los últimos años es una muestra más del costoso error de utilizar ingresos de basados en precios variables (commodities) para financiar costos fijos (vínculos laborales), ya que cuando el primero baja (tal como sucede actualmente) el segundo se mantiene constante.
Por cierto no se trata de un incremento menor, ya que como lo ha señalado el diario El Observador en marzo de 2005, “la cantidad de vínculos laborales con el Estado se ubicaba en el entorno de los 230 mil (eran 229.454 al cierre de 2014). A diciembre de 2017 la cifra había trepado a 297.601, registrando un incremento equivalente a 29,6%. Esto quiere decir que desde 2004 hasta el año pasado el país cuenta con 68.147 trabajadores más”.
De acuerdo con diversos historiadores el legislador Solón, uno de los protagonistas de la vida política de la Antigua Grecia, sostenía que “La austeridad es una de las grandes virtudes de un pueblo inteligente”. Sin dudas esta frase debería incluirse en todos los planes de educación primaria y secundaria para que los uruguayos entendamos de una vez y para siempre que la mentada “garra charrúa” puede manifestarse en ámbitos más allá del fútbol, generando orgullo nacional y sentido de pertenencia no solo por el deporte, sino también por nuestra capacidad de tomar las riendas de nuestro propio futuro mediante políticas sensatas y de largo plazo que no dependan de algo tan variable como el precio internacional de los commodities.