No perdamos más tiempo

Cuando parecía que en Uruguay ya se había discutido y polemizado por casi todo, aparece en el horizonte de la confrontación, la utilización extendida de la bandera uruguaya. Mientras transcurrió el Mundial de Rusia 2018, era común ver las banderas –en sus distintos tamaños– en automóviles, ventanas, balcones y anudadas al cuello de quienes participaron en caravanas de aliento a la celeste, mientras aún estaba en carrera. También es habitual la presencia del emblema nacional en las movilizaciones de “Un solo Uruguay”.
Eliminado Uruguay de la contienda futbolística, las banderas vuelven a sus estanterías, pero continúan en los mástiles de los autoconvocados que eligieron el emblema para protestar en las calles y rutas del país.
El Pit Cnt y el oficialismo manifestaron su desacuerdo y reivindican su simbología distintiva por encima de las inclinaciones electorales que ambas fuerzas ven en los movilizados.
Y la polémica dio para tanto que varios sintieron la necesidad de aclarar que utilizaban el pabellón al frente de sus casas como una forma de aliento a la selección de Óscar Tabárez, en claro rechazo a las movidas de productores y comerciantes. Tanto fue así que aún se pueden leer las respuestas de dirigentes, donde puntualizan que la bandera nacional “es de todos”.
El movimiento aclaró que el uso del símbolo surgió de la espontaneidad de los autoconvocados, ante la diversidad de opiniones políticas que coexisten, sin embargo, desde el oficialismo se insiste en su relación con el Partido Nacional. Como condimento de esta diferencia de criterio apareció la muletilla “nos vemos en las urnas”, surgida de una discusión entre productores que aguardaban en los accesos del ministerio de Ganadería por los resultados de un encuentro entre los autoconvocados y el Poder Ejecutivo, y el presidente Tabaré Vázquez que llegó solo, sin aviso y respondió al enfrentamiento que después tuvo otras derivaciones.
Pero con el Mundial, pasaron desapercibidos varios asuntos. Además de la Rendición de Cuentas y el déficit fiscal que trepó al 4%, también tuvo que rearmarse el movimiento que, según algunas encuestas, ha perdido apoyo popular. Como sea, anunciaron que retornan al ruedo y el 21 de este mes se reunirán en Durazno a fin de resolver nuevas estrategias para lo que resta del año, antes que la atención se vuelque totalmente a la campaña electoral. Una instancia que promete ser dura, con altos pases de factura y el protagonismo de un espacio fiscal cero que traerá sobre las mesas de debates a las gestiones de los entes públicos, fundamentalmente Ancap.
También se discutirá sobre lo caro que resulta producir y trabajar en Uruguay, al tiempo que se removerá el argumento basado en las exoneraciones a multinacionales, que se niegan a empresas locales y las inversiones que el gobierno está obligado a concretar para que se instale la planta de celulosa de UPM. Con revisión de planes educativos, incluida.
Una oposición dividida, que otea el horizonte y sale a la cancha al golpe de los temas de debate pero sin una agenda clara, demuestra que no ha logrado –aún– capitalizar los errores del oficialismo, que todavía tiene chances de mantenerse en el gobierno, de acuerdo a las encuestadoras. El afán de protagonismo de algunos actores que conforman el espectro político se encuentra por encima de las causas comunes y por el momento no sobresalen los liderazgos. Y es posible que tampoco ocurra en los próximos años.
¿Pero cuál es el escenario que se plantea, luego de la denominada “década ganada”? Que la pobreza no siguió su línea descendente, que las multinacionales ni grandes capitales nacionales actuaron como dinamizadores de la economía o catalizadores de la necesidad de fuentes de trabajo y eso se constata fácilmente con las estadísticas oficiales. Mientras discutimos sobre la pertinencia de la utilización del pabellón nacional, estas cosas nos pasan por encima y perdemos nuestra construcción nacional porque la globalización existe desde la época de Alejandro Magno. El gran problema es que lo descubrimos como un fenómeno moderno y tratamos de enfrentarlo con conceptos efectistas.
La falta de valor agregado en nuestras cadenas productivas, la tozudez de continuar con la mirada en un pasado fabril y las añoranzas que nos dejaron las buenas producciones sojeras, resultan un tiro en la línea de flotación de cualquier proyecto de sustentabilidad que toma al futuro como un presente progresivo y no como algo abstracto.
La fractura social no tiene bandera y la delincuencia organizada, mucho menos. Pero a la clase dirigente le cuesta entenderlo y mucho más, debatirlo a partir de las soluciones. Sin embargo, primero confrontaron e insistieron con la comparación –a esta altura muy básica– que en otros lugares están mucho peor que nosotros.
Ante la falta de una política de Estado en una amplia gama de asuntos y también porque “papá Estado” no puede estar en todos lados, es que se nota –y cada día con mayor nitidez– las divisiones nunca claras y la ausencia de acuerdos extrapartidarios que movilicen consensos, antes que divisiones.
Nada se logra desde las divisiones, y las tribunas ya dejaron de ser un refugio. No hay un solo discurso que no implique el terrorismo verbal habitual que urge echarle la culpa a otros, cuando trece años no parecen nada o al menos es lo que desean demostrar. Concentrémonos en otros aspectos que duelen aún más. Veamos, por ejemplo, que la iniquidad en términos generacionales sigue concentrada en los hogares que tienen niños, mientras pasa el tren de transformarnos en un país con oportunidades de su erradicación. No aclaremos cosas obvias, ni perdamos más tiempo.