Cautivos del monopolio y el (mal) gasto del Estado

Seguramente el clima mundialista que vive el Uruguay, donde el ciudadano común vibra intensamente con la Celeste en los escenarios internacionales de fútbol, ha sido el momento ideal elegido para que pasara lo más desapercibido posible el anuncio sobre el incremento en el precio de los combustibles, factor que genera distorsión en la economía doméstica y empresarial, por más que en esta oportunidad haya quedado estable el precio del gasoil.
El argumento esgrimido por el gobierno y por Ancap es que se está preservando la situación económico-financiera de la empresa estatal, y no se ha podido evitar esta actualización ante los incrementos en los precios internacionales del petróleo y la evolución del tipo de cambio, esto es, el aumento del dólar. Pero la argumentación soslaya elementos de primordial importancia que tienen que ver con las acciones u omisiones que han llevado a que tengan que establecerse estos correctivos, incluyendo la parte clave que toca a la voracidad por recursos que tiene el gobierno.
Precisamente aludiendo a desaguisados que lamentablemente se han dado en este organismo, al explicar las razones para el incremento, la ministra de Industria, Energía y Minería, Ing. Carolina Cosse, dijo que entre otros aspectos no se quería volver a la Ancap del año 2015, es decir el organismo del enorme déficit que debió ser recapitalizado con los recursos de todos los uruguayos por más de 600 millones de dólares, porque estaba prácticamente fundida.
La “corrección” en el precio de los combustibles ha sido algo diferente en esta oportunidad, lo que no lo hace mejor, naturalmente, porque solo se han maquillado los problemas de origen. El incremento se ha cargado solo en las naftas y el fuel oil en menor medida, y dejado tal como estaban el gasoil, vital para la producción y el transporte, y el supergas para calefacción hogareña, ante la coyuntura del invierno.
Es decir que solo se ha reacomodado la sábana corta para ir cubriendo alternativamente la cabeza o los pies, y en este caso la que ha quedado al descubierto es la nafta, con un incremento por encima del que correspondería, para cubrir las finanzas del organismo sin tocar el resto, como el mal menor.
Pero debe tenerse presente que por más vueltas que se le dé, el fuerte incremento de un 9% de las naftas no se explica exclusivamente por la evolución del petróleo y el tipo de cambio, sino que es una consecuencia directa, e insuficiente como respuesta, para las enormes pérdidas de Ancap en los últimos años y la consecuente decisión del gobierno de que este déficit sea absorbido por todos los uruguayos a través de más sobreprecios en los combustibles. Por supuesto, dado que Ancap es propiedad del Estado, es claro que si no fuese de esta forma igualmente habría que absorber el déficit, solo que a través de otros sobrecostos en otras áreas.
Estos sobreprecios no solo corresponden en este episodio coyuntural a las naftas, sino que la recapitalización forzada para enjugar las pérdidas de un organismo mal gestionado se vienen dando ya desde hace tiempo, porque desde la caída pronunciada en los precios internacionales del petróleo en el segundo semestre de 2014, el Uruguay ha mantenido los precios de sus combustibles a niveles muy por encima de la paridad de importación, es decir que si los importáramos ya refinados y todo no pasara por la refinería de La Teja.
Incluso en esta oportunidad, pese a que se han mantenido como estaban los precios al consumidor del gasoil y el supergas, estos derivados del petróleo también permanecen por encima de los valores internacionales.
Por supuesto, para que se dé esta disyuntiva de hierro no solo tenemos la responsabilidad de Ancap por sus problemas de gestión descarnadamente puestos al desnudo durante la gestión de su expresidente Raúl Sendic, sino los problemas de caja del gobierno, que con los supuestos “espacios fiscales” y todo necesita imperiosamente de los recursos que provienen de los impuestos a los combustibles –más o menos el 50 por ciento del precio al consumidor corresponde a las cargas fiscales– para solventar las urgencias de Rentas Generales.
De acuerdo a las autoridades del ente, empero, el precio del barril de petróleo en pesos durante el primer semestre estuvo 8,3% en promedio por encima de la paramétrica que tenía Ancap desde que en enero aumentó el precio de los combustibles. Si se toma el promedio del último trimestre, la brecha es de 17,5%, para lo que ha sido determinante que se aceleraran los aumentos del precio del petróleo y el dólar.
Ante ello, el Ministerio de Economía y el de Industria acordaron que el ente ajuste los precios de los combustibles pero sin tocar el valor del gasoil, “de uso masivo, disminuyendo su brecha respecto a los precios internacionales”, indicó Ancap, a la vez que se mantuvo el precio del supergas. Por eso, las naftas y el resto de los combustibles aumentaron más de lo que indicaría la nueva paramétrica.
En suma, los “subsidios cruzados” de otrora que favorecían al combustible diesel y que se habían estado desmantelando se han reactivado, y quedaron de lado los argumentos que se manejaban para igualar los valores entre el gasoil y las naftas, que son prácticamente iguales y que han sido modificados artificialmente en la venta al público.
Debido a que Uruguay no importa combustibles refinados de acuerdo a sus necesidades, y en cambio hay que mantener a toda costa la refinería de Ancap por cuestiones de “soberanía”, dar trabajo a sus muy bien pagos funcionarios, y refinar el petróleo que importamos en un cien por ciento –¿donde está la defensa de la soberanía?– siempre se obtiene menos gasoil del que se requiere porque del refinado se generan porcentajes fijos de gasoil y nafta, así como de los otros derivados. Por lo tanto en su momento, para que no sobrara tanta nafta y no hubiera que “regalarla” al exterior, se intentó desestimular el consumo de gasoil por particulares, igualando los precios con la gasolina y a la vez encareciendo la importación de estos vehículos y su uso. Pero con ello terminaron encareciendo también el sistema productivo, que funciona a gasoil, y perjudicando al pequeño comerciante que utilizaba su vehículo para repartos o para trabajos de su empresa. Y por supuesto, también al trabajador que antes contaba con su autito diesel que le permitía andar barato con su familia en u vehículo más cómodo y seguro que la motocicleta.
Es así que ahora nos encontramos con que ante los costos y déficit de Ancap, y las necesidades de recaudación del gobierno, se optó por hacer recaer todo el peso del ajuste y recaudación extra a través de los consumidores de nafta, con este incremento de casi el 10 por ciento.
Pero ocurre que ello se hace cuando ya el esquema de consumo había cambiado en gran medida, debido a las políticas que se habían sostenido para desdieselizar el parque automotor, y mientras efectivamente se favorece –mejor dicho, no se perjudica tanto– a los que usan gasoil para producir y el transporte, nos encontramos con que hay flotas enteras de taxímetros, de vehículos de distribución de mercaderías, entre otras áreas, que se han pasado a nafta, y sienten el duro impacto. Una vez más, el Estado le busca la forma para volver perjudicar al trabajador, a la clase media y al empresario chico, que confiando en las nuevas políticas del gobierno se pasaron a nafta, escuchando los argumentos de que este combustible seguiría costando igual que el gasoil.