Las bombas de tiempo del populismo

Los vientos que soplan desde la Argentina no son de buen augurio para el vecino ese país, para el Uruguay y para la región, por lo menos en el corto plazo, desde que el programa del presidente Mauricio Macri, sustentado en el sinceramiento de la economía, ha sido más traumático que efectivo, hasta ahora, pese a las buenas intenciones de tratar de enmendar, en la medida de lo posible, los desastres que dejó el gobierno populista y marcadamente corrupto de los Kirchner.
El desafío del gobierno de Cambiemos, desde el vamos, era de una magnitud comparable a los doce trabajos de Hércules, solo que éste pudo hacerlos por ser precisamente un semidios, según la mitología. Pero en el caso de la Argentina, el legado del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner tenía desde el vamos activadas varias bombas de tiempo que fueron estallando una a una para hacer que las mejores intenciones naufragaran en el desquicio del tramado económico que se había dejado.
Un país con infraestructura por el suelo, alto desempleo, subsidios delirantes, un déficit fiscal gigantesco, sin crédito exterior y sin inversiones, necesitaba un shock de medidas que iban a tener desde el vamos un alto costo social, agravado en las repercusiones por el nivel de conflictividad permanente de gremios –corruptos a todo nivel, cuando no de corte mafioso, en la mayoría de los casos– abanderados desde siempre con el peronismo y dispuestos a no dejar hacer nada que rozara siquiera los “beneficios” históricos y los que había dejado el gobierno anterior, financiados con subsidios que potenciaron el déficit y las necesidades de recursos del Estado.
Uno de los problemas de Macri fue no hablar claramente al pueblo argentino desde el primer día sobre la magnitud del desastre que le dejaron y apostar al gradualismo, creyendo que podía manejarlo con buenas posibilidades de éxito en un plazo de uno a dos años, lo que evidentemente pone de relieve un grave error de cálculo, no exento además de decisiones que revelaron poca cintura política y realizaciones que hasta ahora han sido muy esporádicas, salvo el sinceramiento de las estadísticas, transparencia y avances sustanciales en democracia y libertad de expresión, sin los “carpetazos” contra los opositores tan caros al kirchnerismo.
Inflación por encima de las previsiones y los deseos, desempleo que no ha cejado e inversiones que han llegado a cuentagotas no han permitido que se multiplicaran los escasos brotes verdes en la economía, y es así que el déficit fiscal se sigue financiando con endeudamiento. La desconfianza de los operadores se ha traducido en un refugio en el dólar que ha hecho subir incesantemente el valor de la divisa en los últimos días.
Así, presionado por una corrida cambiaria que no cedió pese a las medidas de urgencia adoptadas hace una semana, Mauricio Macri decidió jugarse a que el gobierno inicie negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para lograr acceso a una línea preventiva de crédito. Aunque el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, no confirmó el monto a negociar, fuentes oficiales dejaron trascender que ascendería a 30.000 millones de dólares.
Una suma que inyecta aire a la economía en cuanto al manejo de las cuentas del Estado, pero que desde el punto de vista político le da un argumento de fuerte peso a la oposición más radical, fácilmente permeable al ciudadano medio argentino, aunque notoriamente el default por el no pago de las deudas, y el enorme déficit fiscal de los gobiernos “K”, sumado a la corrupción, eran mucho más graves que la negociación con el FMI que inicie ahora el gobierno de Macri.
La expectativa de la Casa Rosada es que el acceso a un préstamo en stand by, ante la eventualidad de una crisis, actúe como contención ante las dudas del mercado. Si bien frente a la suba de tasas en Estados Unidos los inversores escapan de los mercados emergentes en general, vienen castigando con mayor dureza a una economía como la de Argentina, ávida de endeudamiento para financiar un déficit externo equivalente al 5% de su PBI.
Aunque buena parte de las necesidades financieras para este año ya están cubiertas, en 2019 Argentina demandará otros U$S 26.000 millones de endeudamiento, de acuerdo al plan de reducción gradual del déficit fiscal delineado por el gobierno. La cifra a negociar con el FMI sería suficiente para garantizar los vencimientos de deuda que hay por delante hasta fines de 2019, cuando finaliza el mandato de Macri.
El punto es que la inestabilidad económico-financiera se compone de múltiples factores, y el recomponer la confianza no es fácil, sobre todo cuando las inversiones no llegan y crece el descontento social fogoneado por sindicatos que siempre han jugado para sí y para el peronismo, a cambio naturalmente de medidas populistas que han sido precisamente el caballo de Troya en la economía del vecino país, inflando los gastos del Estado a niveles descomunales.
Con todo, el anuncio no ha sido suficiente para moderar la fuerte volatilidad que viene sufriendo el mercado cambiario en los últimos días. Con eso, en las últimas dos semanas el peso argentino acumula una devaluación de más del 12%.
Pero al mayor esfuerzo fiscal que exigiría el FMI habrá que añadir el costo político de la medida, en un país donde los sinceramientos en el precio de los servicios públicos –subsidiados a un altísimo costo para las arcas estatales durante los gobiernos “K”, sobre todo en Buenos Aires– potencia el descontento social.
Y este es el eje de la cuestión, más allá de la legitimidad y pertinencia de las medidas adoptadas para superar el trance por la administración Macri. La sombra de que ningún gobierno no peronista haya terminado su mandato constitucional en las últimas décadas sobrevuela la vida política argentina, porque los gobiernos peronistas han tenido la “virtud” de mantener con su veta populista a determinados sectores de la población con “planes sociales” a costa de déficit fiscal, endeudamiento y una bicicleta de recursos que solo ha sabido patear la pelota para adelante, para que otro pague la fiesta.
Lo hizo Cristina Fernández (hoy senadora) siguiendo al pie de la letra el manual populista, en tanto Macri, al no seguir este mismo juego, paga los costos políticos de corregir los desvíos de la economía tratando de que el trago amargo se prolongara en los primeros seis meses o en el año, para luego enderezar el rumbo.
Pero más allá de las intenciones, lograrlo no es sencillo, y mucho menos aún evitar los efectos traumáticos de las medidas que se requieren.
Su tono, lamentablemente, no suena convincente para millones de argentinos que han agotado la cuota de confianza que en muchos casos, con reticencia, habían conferido a su gobierno, porque por un lado (muy tarde) ha salido a enfatizar que los problemas en esencia son “producto del enorme gasto público que heredamos y estamos ordenando”, aunque cualquiera que tuviera dos dedos de frente debió haber asumido desde el vamos que era así.
El punto es que la demagogia y la mentira se realimentan entre sí cuando los gobernantes populistas expresan precisamente lo que el común de la gente quiere oír, aunque luego los hechos se den exactamente al revés. Esta es una amarga realidad, que explica por qué amplios sectores de la población de América Latina caen una y otra vez en promesas y cantos de sirena que generan regímenes como el de Nicolás Maduro en Venezuela, entre tantos otros, y se vuelve a tropezar con la misma piedra.