La campaña primordial que falta

En Uruguay se encaran campañas sanitarias para “casi” todos los temas. Las enfermedades no transmisibles, la siniestralidad en el tránsito, la vacunación antigripal, el dengue, el zika y el chikunguña. Y eso está bien, porque le compete a la autoridad de referencia, caminar un paso adelante y alertar por el cuidado de la salud de sus habitantes, en tanto la falta de controles generaría un desborde y colapsarían los servicios, en un país con recursos escasos.
Y las estadísticas, que se coleccionan a montones, sirven para avalar esas campañas en tanto algunos resultados están a la vista. Por ejemplo: en diez años (2005-2015) descendió 15% la mortalidad por enfermedades cardiovasculares y esa cifra supera el promedio en América Latina porque las campañas contra el tabaquismo y la promoción de hábitos saludables sirvieron a ese fin.
Mientras en el mundo aumentan los casos de fallecimiento por influenza –4.000 personas en una semana en Estados Unidos– en Uruguay se combate con éxito, aunque aún queda un núcleo duro de la población objetivo por responder a la inmunización contra la gripe. Los casos de dengue (en su mayoría importados) se mantienen a raya en una región complicada, donde las fronteras –y los controles– son difusos, al tiempo que no existen registros de zika y chikunguña.
En cuanto a la siniestralidad en el tránsito, las campañas de prevención han sido particularmente intensas a nivel nacional y departamental, con un reforzamiento de la institucionalidad –a partir de la creación de la Unasev– y la aplicación de nuevos controles, con un aumento de la plantilla de inspectores de tránsito.
El resultado es porfiado y se reduce a un comportamiento social, si se toma en cuenta que 2017 cerró con un aumento de 3,6% de fallecimientos en comparación con el año anterior (435), de acuerdo al Informe Preliminar de Siniestralidad presentado por la Unasev. La tendencia a la baja se registra desde 2010, cuando hubo 572 muertos, pero continuamos frente a un problema que responde lentamente a una campaña grande de promoción y fiscalización, que debe generar otros cambios de conducta.
En el marco de las actividades de prevención propuestas por el movimiento “Mayo Amarillo”, la Unasev informó que en los últimos cinco años, totalizaron 87.889 motociclistas –entre conductores y acompañantes– lesionados y fallecieron 1.253. Bajo el eslogan “Somos el tránsito”, las campañas continuas ayudan a promover las transformaciones necesarias a partir de cada uno y la influencia de nuestro comportamiento en el resto de la sociedad.
Sin embargo, no es menos cierto que mueren más personas a causa de los suicidios. En 2016 se autoeliminaron 709 personas y ese mismo año, murieron 435 en accidentes viales. Si aquella cifra correspondiera a casos de fallecimiento por influenza, o por la siniestralidad en el tránsito o por cualquier otra enfermedad no transmisible, ¿cómo reaccionarían las autoridades?
Hasta el momento, Uruguay se encuentra entre las cifras más altas del continente y, lo tremendo del dato, es que los expertos aseguran que esas muertes pudieron prevenirse.
La oenegé Último Recurso cerró por falta de apoyo estatal el 19 de marzo de este año. A la organización, atendida por un equipo de técnicos encabezado por la doctora Silvia Peláez, le cayeron de a uno los pocos convenios que mantenía y con el paso de los años se hizo imposible sostener el servicio que cumplía durante 24 horas. El argumento: ASSE trabaja en la “integralidad de los tratamientos de salud mental” y desarrolla una línea de asistencia de similares características a Último Recurso. Sin embargo, la experiencia acumulada en 30 años de ese equipo técnico quedó por el camino de un día para el otro y es obvio suponer que las personas contenidas y tratadas desde la confianza con un grupo ya conocido, también quedaron sin atención. Y, particularmente en estos casos, hablamos de un colectivo al que no les resulta fácil comenzar desde cero.
Una vez cerrado el servicio de la oenegé, se supo que ASSE no contaba con una línea de atención de esas características y el tiempo transcurrido –cuando vivir ya no tiene sentido– corre peligrosamente en contra.
Con los resultados a la vista de las campañas aquí detalladas, confirmamos que cuanto más hablemos de los problemas que nos aquejan como sociedad, es posible arribar a mayores consensos y generar la prevención necesaria. Parece que con el suicidio ocurriese lo contrario y persistimos atados al criterio que hablar sobre el tema agrava la situación. En realidad, las estadísticas solo indican un incremento.
¿Cuánto se difundió que desde marzo funciona el 0800 8483, como única línea, en convenio con el Ministerio del Interior, Salud Pública y ASSE? ¿Cuánto se repitió que es gratuita y atiende llamadas de todo el territorio nacional durante 24 horas? Una campaña de similar intensidad a la que se lleva adelante contra los accidentes de tránsito o a favor de la vacunación contra la gripe, con la cara repetida del ministro Jorge Basso y el subsecretario de la cartera, Jorge Quian, probablemente enfocaría el problema que se lleva la vida de dos uruguayos por día.
Y es importante resaltar que los suicidios se corrieron de franja, porque si antes se comprobaba en los adultos mayores, hoy se sabe que es sumamente preocupante entre los jóvenes de 15 a 31 años. Ahora que se ha vuelto viral la necesidad de adoctrinar a esa población menor de 35 años sobre el pasado reciente y sus consecuencias en las generaciones anteriores, buena cosa sería que le preguntemos por dónde pasan sus preocupaciones.
No hay necesidad de embutirles tantos temas como si fueran propios y cargar sobre sus espaldas realidades que no vivieron, como si fuera un mandato de la vida. Hay que observar un poco más y así veremos que, aunque no lo digan las campañas, los problemas sanitarios más graves se encuentran en otro lugar con escasa visibilidad y –por supuesto– menor rédito.