Una buena historia

Hay historias que merecen ser destacadas, resaltadas, consideradas y reflexionadas. Pese a lo trágico de la situación que debió atravesar, lo de Malala Yousafzai, premio Nobel de la Paz en 2014, es un ejemplo de valentía, de resiliencia, de madurez porque, justamente, se repuso y se las arregló para continuar batallando por lo que más quería: la educación para las niñas en su tierra, Pakistán, aunque debiera abandonar su hogar por las amenazas de los talibanes.
Malala, militante a favor de los derechos de las mujeres y que hoy tiene 20 años, retornó el jueves con gran emoción a su país natal por primera vez desde que sobrevivió allí a un atentado en 2012. “Estoy muy feliz. Aún no puedo llegar a creer que estoy acá”, declaró Malala, entre lágrimas, en un discurso pronunciado en la residencia del primer ministro Shahid Khaqan Abbasi en Islamabad, horas después de su llegada, que sorprendió al país. “En estos últimos cinco años siempre he soñado con poder retornar a mi país”, agregó.
La activista sobrevivió hace casi seis años a un intento de asesinato de talibanes paquistaníes cuando regresaba a su casa después de la escuela. Tras haber sido operada en Inglaterra, donde reside desde entonces, se convirtió en una defensora del derecho a la educación para los niños. Recibió el Nobel de la Paz en 2014, junto con el indio Kailash Satyarthi, por su trabajo a favor de la educación infantil. En 2013, también había sido nominado pero no lo ganó.
Después de vivir con su familia en Birmingham, en el centro de Inglaterra, donde estudió en una escuela para chicas, entró en la universidad de Oxford, donde cursa economía, filosofía y ciencias políticas. “La premio Nobel se granjeó enseguida la enemistad de los círculos islamistas radicales de su país, que se oponen a la emancipación de las mujeres. Pero también suscitó recelos entre una parte de la clase media paquistaní, que está a favor del derecho a la educación pero que no soporta que se empañe la imagen de Pakistán y se muestran escépticos con respecto a la lucha contra los islamistas armados, que consideran inspirada por Estados Unidos”, indica un análisis de la AFP.
Malala nació el 12 de julio de 1997 en Mingora, valle del Swat, a 160 kilómetros de Islamabad, la capital de Pakistán, una zona rodeada de montañas. Llegó al mundo en su casa a falta de dinero para enviar a la madre a un hospital o para contratar una comadrona. Una vecina ayudó a la señora con el parto. Malala señala en su biografía “I am Malala” que nadie felicitó al padre y todos en la aldea se compadecieron de la madre.
Más allá del entorno social y de los prejuicios, su padre la alentaba a seguir con los estudios y a prepararse para el futuro. Ella lo vio claro y observó que esa era la manera de ayudar a sus amigas, colegas, vecinas y otras ciudadanas del país a mirar hacia delante y ganarse el respeto.
A los 13 años, en 2010, comenzó a escribir en un blog para la cadena británica BBC bajo el seudónimo de Gul Makai. Allí explicaba en urdu –una de las lenguas de su país– la vida bajo el régimen del Tehrik e Taliban, la versión paquistaní de los talibanes –que mayormente predominan en Afganistán– y cómo hacía para acudir a clases de forma clandestina.
Los talibanes transformaron la región en una cárcel e impusieron una versión rigurosa del Islam, donde no había mayores posibilidades de progreso de ningún género, como tampoco ningún tipo de diversión. Además, obligaron el cierre de las escuelas privadas y se prohibió la educación de las niñas. Malala contó que los talibanes en 2007 destruyeron más de 400 escuelas en el valle del Swat.
En mayo de 2009, el Ejército de Pakistán lanzó una amplia operación militar para recuperar el valle del Swat, objetivo que se cumplió al cabo de dos meses y dejó decenas de comandantes enemigos capturados y más de 2.000 talibanes muertos; es así que las niñas pudieron retornar a las aulas. Por supuesto, Malala estaba ahí al firme. Pero ocurrió lo peor: el atentado del 9 de octubre de 2012. Un talibán de los que aún quedaba y continuaba atacando, abordó el vehículo en el que viajaba Malala y dos amigas cuando volvían de la escuela.
Con la idea de matar a Malala, detuvo el coche y disparó repetidas veces con un fusil en la cara de la muchacha, dándole en el cráneo y en el cuello. Las otras dos amigas resultaron heridas. Creyéndola muerta, el terrorista huyó, pero fue atrapado un día más tarde. Malala pudo ser trasladada en helicóptero a un hospital militar, donde se constató que seguía milagrosamente con vida.
La rápida difusión de la noticia en todo el mundo, donde ayudaron las protestas de los paquistaníes alrededor de su colegio y las portadas de los diarios de ese país, la depositaron en el hospital Reina Isabel de Birmingham, en el Reino Unido, para iniciar una recuperación. Allí llegó en coma inducido. Su padre dijo más tarde que nunca pensó volver a verla con vida tras enterarse del atentado.
Una cirugía reconstructiva le recuperó las facciones a la chica, en ese entonces de 16 años. Hoy apenas se le nota un poco más hinchado el lado izquierdo de la cara y el habla y los gestos son de total normalidad. Malala abandonó el hospital el 4 de enero de 2013 y de inmediato regresó a las clases en una escuela secundaria en Inglaterra. Comenzaba también su salto a la fama y su peregrinaje en nombre de la educación. Y desde entonces no había regresado a Pakistán. Hasta ahora. La militante, que se convirtió en un ícono mundial de la lucha contra el extremismo, no había renunciado nunca a regresar a su país pese a las amenazas.