La función social del espacio público

Por pequeña que sea, toda ciudad tiene lugares que se extrañarían mucho si no existieran. El espacio público tiene un aspecto afectivo y vivencial al que cada uno de nosotros como usuarios contribuimos a dotar de significado.
A través del tiempo, desde el ágora griega al foro romano y las ciudades medievales y renacentistas hasta nuestros días, hay espacios públicos –como las plazas– que han sido el ámbito social por excelencia de las ciudades.
No obstante, en la actualidad también sobran ejemplos de pérdidas o transformaciones en el espacio público debido al impacto de la globalización, los hábitos de consumo relacionados por ejemplo con la construcción y uso de grandes superficies comerciales, o cambios políticos e ideológicos de los modelos de gestión urbana a través del tiempo. Pero también tienen que ver los propios usos de la población, que van cambiando las prácticas y dinámicas de las ciudades e inciden en la interacción entre los ciudadanos y entre éstos y el territorio.
El espacio público es también un espacio de sociabilidad y de construcción de sentidos. Allí, las personas se reúnen, se encuentran, conversan, debaten y reflexionan, comparten y quizás hasta acuden a estos lugares para sentirse parte de algo. ¿Acaso ir a tomar mate a la plaza Artigas o el paseo costero y la playa no es en Paysandú una práctica social y una seña de identidad?
También aquí hemos pasado por etapas y ciclos de existencia y pérdida de espacios públicos. El disfrute del río Uruguay frente a nuestra ciudad –que hoy cuenta incluso con la certificación de playa natural– no es algo que ha existido siempre. Por el contrario, producto de la grave contaminación de las costas, durante largos años Paysandú careció de playas, las que logró rehabilitar en diciembre de 2003.
La reanudación de ese lazo con el río tuvo gran impacto social y significó la recuperación de un espacio largamente añorado que volvió a ofrecer la posibilidad de ejercer el derecho a la recreación y el disfrute en este ámbito y también de un lugar de encuentro entre los sanduceros.
Toda una generación vivió casi la mitad de su vida sintiendo que Paysandú terminaba una cuadra antes del río. Por eso, la rehabilitación de la playa –luego de la reparación y reconstrucción del colector industrial– no solo se convirtió en la principal novedad de fines de 2003, sino en el espacio social número uno de nuestra ciudad en los veranos siguientes.
Actualmente la Intendencia de Paysandú impulsa un proyecto al que ha denominado “resignificación del Parque París-Londres”, el cual es uno de los once proyectos de gobiernos departamentales que ganaron el Fondo Complementario del PDGSII/OPP, que busca promover inversiones departamentales con alto potencial de impacto sobre las ciudades y el territorio, favoreciendo las iniciativas de mayor calidad.
Se trata de un proyecto con una asignación de 1,2 millones de dólares (1 millón proveniente de fondos BID/OPP y 200.000 dólares de contrapartida de la Intendencia de Paysandú) que fue seleccionado tomando en cuenta el perfil de proyecto presentado por la intendencia sanducera.
Como se informó en nuestra edición de la víspera, incluye un jardín botánico donde estuvo el Zoológico Municipal, un trazado de circulación vial para escuela de conducción, un área de recreación y esparcimiento público, una cancha de baby fútbol donde en un futuro podrá levantarse un estadio si se obtienen los fondos necesarios, un sendero para caminatas, la recuperación de la casa junto al Sacra para actividades culturales y sociales y el estudio de viabilidad de recuperación del arroyo Sacra, determinando el impacto ambiental y si es viable –con los fondos con que se cuenta– recuperar el área para baños públicos como antaño.
Es una buena noticia y también una respuesta a una necesidad para el aprovechamiento de un espacio público que otrora tuvo una significativa función social y ahora requiere una importante intervención; y cuya rehabilitación constituirá una valiosa mejora urbanística y social para su zona adyacente y la ciudad toda.
En este sentido, no se puede desconocer que de la superación de las exclusiones y la capacidad de promover la cohesión social depende en gran medida el éxito de las ciudades, lo que suele redundar en mayores oportunidades y mejor calidad de vida de las personas que la habitan. De eso, precisamente, se ocupa en gran medida el urbanismo social, el cual pone el progreso humano en el centro de estas cuestiones.
Los espacios de uso público no involucran solamente a los ubicados en la ciudad, sino también a la infraestructura de las pequeñas localidades –donde aún queda mucho por hacer por los municipios– y la zona rural.
En este sentido, con la presencia de la ministra de Turismo, Liliam Kechichián, se inauguró recientemente el Centro de Visitantes de Montes del Queguay, cuya inversión fue del entorno de los ocho millones de pesos y fue financiada en acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Ubicado en la Calzada Andrés Pérez, se trata de la puerta de entrada al Área Protegida con Recursos Manejados de Montes del Queguay. El lugar cuenta con un área de interpretación ambiental supervisada por Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), donde el visitante podrá conocer el área, las especies que la habitan y las múltiples actividades que puede hacer durante su visita. Los montes del Queguay, más allá de su valor paisajístico y ecosistémico –ya que albergan una gran riqueza de especies- fueron escenario de múltiples hechos que marcaron la historia de nuestro país, por lo que a su alto valor natural se le suma el cultural, histórico y arqueológico. Allí vivieron los últimos charrúas y aún se pueden encontrar las ruinas del rancho donde vivió Melchora Cuenca, la esposa paraguaya de José Artigas.
En definitiva, se trata de un espacio que se dota de infraestructura y servicios que lo realzan y seguramente contribuirán a su conocimiento y disfrute. Allí, como sucede también en espacios de uso público urbano, las personas concurrirán para satisfacer sus necesidades de contacto, no siempre consciente, con otros seres humanos, la historia o la naturaleza circundante. Tanto para sus usuarios como para quienes los gestionan y deben velar por su seguridad y permanencia, estos espacios deberían ser motivo de preocupación constante dado que generan círculos virtuosos que mejoran la vida de la gente. A su vez, nos interpelan sobre cómo podemos ser innovadores y creativos con otros espacios vacantes o descuidados que podrían ser usados en beneficio de la comunidad.