Ganarle a los malos y no restringir a los buenos

El ministro del Interior, Eduardo Bonomi, se reunió con directivos de la Asociación de Supermercados del Uruguay (ASU), quienes manifestaron su preocupación por la problemática que atraviesan unos 250 locales comerciales en Montevideo, que se han transformado en blanco fácil de la delincuencia violenta.
ASU reclamó la presencia policial en la puerta de los comercios instalados en las zonas que han registrado la mayor cantidad de asaltos, donde además constataron un incremento en el nivel de violencia ejercida sobre funcionarios y clientes.
Al servicio 222, que es voluntario y por hora, el ministerio planteó un servicio de eventuales, que cumplirán la vigilancia entre 6 y 8 meses, en tanto los guardias privados no están capacitados para el manejo de armas y respuesta a los delincuentes, a juzgar por los últimos hechos donde se registraron heridos de gravedad.
El ministro Bonomi propuso un curso para capacitar a los funcionarios en las reacciones ante un hecho delictivo que tendrá una duración de tres meses, de tres a cinco horas por semana, bajo la coordinación del Centro de Atención a las Víctimas de la Violencia y el Delito –que pertenece a la secretaría de Estado–, y por personal policial. Si esto resultara efectivo, entonces las clases se deberán extender a los clientes de todos los servicios –no solo supermercados, sino casas de cambio– quienes corren un riesgo similar a los empleados y han resultado rehenes en situaciones extremas.
En todo caso, tal propuesta es el reconocimiento al fracaso y una actitud de resignación, porque el combate al delito no se instrumenta a través de talleres. Es una demostración clara que la delincuencia gana –otra vez– un terreno que debiera ocupar la ciudadanía porque, en última instancia la disuasión y prevención del delito debe conseguir que los delincuentes no impongan el terror, mucho antes de pedirle a la gente que se entregue sin pelear.
Porque si las reglas tienen excepciones, entonces debemos recordar que eso mismo hizo Florencia Cabrera, la cajera del supermercado de La Blanqueada, muerta de un balazo por la espalda a manos del “Kiki”, solo porque demoraba en abrir la caja que se despliega únicamente al hacer efectiva una compra. Por lo tanto, en momentos de nerviosismo, terror y apriete con un caño en la cabeza, los conocimientos no quedarán siquiera en el recuerdo. Y, tal como dicen los empresarios, la preocupación ya no es el robo, sino los tiroteos que se registran en el interior de los locales, con personal de seguridad desarmado y entrenamiento –a veces– básico, en tanto fueron contratados para controlar el orden interno y evitar que se tomen productos de las góndolas sin pasar por la registradora.
Claro que el prototipo de delincuente que ingresa no va con la mira puesta en robarse un desodorante, sino dinero en efectivo y a cualquier precio. Es decir, a matar o morir.
Paralelamente a esto, se deberá tener en cuenta que los tiempos de actuación y reducción de las personas van camino al récord Guiness porque mejoran con cada intervención delictiva. Y es así que se pueden leer crónicas que, según las cámaras de videovigilancia, registraron un atraco que duró menos de dos minutos con casos de intervenciones por 30 segundos, tanto a casas de cambio, remesas o casinos. Esto ya de por sí es llamativo, porque cualquiera que haya visitado un shopping montevideano sabe de las mil y una dificultades que encuentra para salir o entrar del predio, y sin embargo los atracadores no solo saben con precisión quirúrgica cada movimiento del comercio que golpearán, sino que las vías de escape están siempre perfectamente libres, sin siquiera un semáforo que los detenga.
Pero tampoco se fijan la hora del día, porque tanto ocurren a media mañana, cuando hay mayor movimiento, en la madrugada como ocurrió con los cajeros o cercano al cierre, tal como aconteció en los supermercados. Es que no necesitan mucho tiempo más para jugar con la respuesta policial porque tienen un cálculo exacto de su actuación en la escena. Y esto no es algo que surge por generación espontánea, sino que implicó a un delincuente que actúa en soledad o a una banda de varios, un paciente estudio de los movimientos empresariales, horarios de retiro del dinero de las cajas y demoras en la presencia de los patrulleros. De ser así estaríamos ante un accionar muy similar a los recursos cinematográficos, solo que aplicado a la realidad porque en la escena se debe agregar un tránsito cada vez más saturado que, a su vez, conspira con los minutos ganados por los rapiñeros. No por nada, la mayoría de los últimos asaltos ocurrieron en horas pico y en lugares con mayor densidad de público.
En todo caso, con algo más de malicia podría pensarse que quizás no todo sea inteligencia y meticulosa observación detrás de cada atraco, sino que existe una complicidad de algunos actores que facilitaron los movimientos. Para desenredar esa madeja será necesario buscar elementos en común, saber qué une cada uno de los exitosos robos, en empresas que cuentan con una fuerte vigilancia.
Por otra parte, si las rapiñas se llevan adelante con un arma que apunta a la cabeza de un guardia de seguridad desarmado o de una cajera, las capacitaciones no alcanzarán para enfrentar a delincuentes cada vez más profesionalizados en sus prácticas porque casi no quedan huellas para seguir en los vehículos incendiados y la captación resulta mínima ante el camuflaje.
Tampoco se logrará mucho si no se revisan las prácticas anquilosadas en el tiempo, en tanto el Ministerio del Interior es el encargado de regular el entrenamiento que deben recibir los guardias de seguridad.
Por el momento, parece que las propuestas pasan por cursos de capacitación para entrenar las reacciones y emociones, además de la instrumentación de un servicio de policías eventuales que cumplirían guardias en las puertas de los comercios por ocho horas, al tiempo que se quitan efectivos de las calles para tareas preventivas y de vigilancia.
A esto se suma que los eventuales también deberán capacitarse y responder a un llamado que se extendería por al menos siete meses y esto, realmente, es una eternidad. Es decir que se llega tarde y mal y en este caso, nuevamente, la delincuencia le ganó a la sociedad en tiempo y territorio, así como también lo logró con el cierre de los cajeros en horas de la noche o la carga de dinero a la mitad. Y este es un viaje del que no se vuelve, si no se reacciona a tiempo.