El otro extremismo

“¿Por qué parar? Paramos para desatar nuestros cuerpos. Paramos porque queremos transformar las maneras de amar impuestas. Porque los celos, el control y la posesión no es amor. Paramos para elegir cómo, dónde, cuándo y con quién. #8M Si paramos las mujeres paramos el mundo”, sentencia la convocatoria de la Coordinadora de Feminismos del Uruguay, en su llamado –que en los últimos dos años se ha vuelto habitual– para conmemorar el Día Internacional de la Mujer.
Ante tanto eslogan y verborragia, conviene recordar que ese día un grupo de obreras textiles salió a la calle para protestar por las pésimas condiciones laborales y, con la sucesión de varias movilizaciones ocurridas durante el mes de marzo de 1857, llegaron a una huelga donde murieron más de cien mujeres quemadas en una fábrica de Sirtwoot Cotton, en un incendio atribuido a la patronal como respuesta a los reclamos por una disminución de la jornada laboral a 10 horas, igualdad salarial y un tiempo para amamantar a sus hijos.
En una conferencia internacional, en 1910, se resolvió que el 8 de marzo se conmemore como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y desde 1975, la ONU resolvió institucionalizarlo como Día Internacional de la Mujer, para posicionar sus reclamos en pie de igualdad con el hombre.
Sin embargo, cada 8 de marzo, lejos de llamar a la tolerancia y la convivencia, se escriben mensajes furibundos y plagados de retórica que, lejos de lograr sus objetivos, delata la violencia existente en estos colectivos, tal como se los denomina en la actualidad.
Con la creación de este nuevo centro de poder, fogoneado por lobbies externos que lograron instalar un discurso “políticamente correcto” y dividir a la sociedad entre machistas y víctimas, se ha generado una fisura entre la realidad y la exageración.
Las convocatorias invitan a un paro internacional y que las tareas hogareñas queden en manos de los hombres. Nada más lejos de la realidad porque la familia conformada por papá, mamá y los nenes ya es ínfima minoría en Uruguay, y lo es desde hace 40 años. Sin dudas que obliga al Estado a repensar las políticas públicas porque, de acuerdo al último censo las familias tipo solo alcanzan al 28,3% del total de la población y le siguen los hogares unipersonales, o sea donde vive una sola persona, con el 23,4% del total. En tercer lugar aparecen los hogares extendidos, es decir, con la inclusión de otros parientes con el 15%, al tiempo que el monoparental femenino corresponde al 10% de la población.
Por lo tanto, ¿quién se ocupa, si no hay hombres? ¿A quiénes incluye este llamado? ¿Es tan inclusivo como se cree? Porque vale reconocer que Uruguay tiene una vicepresidenta, Lucía Topolansky, y cuando el presidente de la República viaja al exterior con su comitiva, asume la presidencia junto a su vicepresidenta, Patricia Ayala, y en todo caso no hemos escuchado grandes campañas que resalten esta oportunidad histórica, con excepción de la prensa que hace referencia a esa “curiosidad”.
¿Cuánto se desea conmemorar o recordar un día de esta forma y bajo estos llamados? ¿No será que esos mismos lobbies empaquetan los mensajes y los vuelven llamativos, para repetir formulismos políticamente correctos cada vez que convocan a estas manifestaciones?
Ahora los colectivos van por más y argumentan que buscan un cambio social profundo y no solo leyes. En ese sentido, toman como ejemplo la situación creada en torno a la ley de femicidio a la que consideran punitiva, no soluciona el problema de fondo, así como tampoco a la opresión doméstica. Y se puede agregar que su aplicación no se logró en todos los casos, sencillamente porque al femicidio le sigue el suicidio del agresor, y hasta ahora no han logrado la forma de extender la condena a los muertos.
Sin embargo, se ha creado la figura delictiva en cuestión a instancias y por presión de estos grupos, que ahora descubren que no es la solución a un problema metido en las venas de una sociedad acostumbrada al verdugueo desde las esferas del gobierno hacia abajo, porque los últimos hechos así lo demuestran.
¿Cuál es la solución, entonces? Si es que hay, se puede mencionar a la educación, educación, educación. Pero, ¿quién educa a los hijos y pasa más tiempo con ellos en la casa?
Si la hegemonía política y cultural que ostentan parte del concepto gramsciano, entonces se explican las razones de estos discursos inamovibles e indiscutidos, porque cualquiera que ose pensar distinto y se los diga en su cara, deberá soportar las adjetivaciones de siempre. Su reprobación y ninguneo se ha transformado en un modo de ser.
Como sea, la gran mayoría de los hombres y mujeres no tiene problemas para interactuar juntos cuando se fomenta la tolerancia y el libre pensamiento, antes que un enfrentamiento entre sexos. Incluso en Uruguay se ha forzado una realidad que creará problemas a sus impulsores –como ya ocurre– con la instrumentación de la paridad en las listas al Senado, sin tomar en cuenta las disposiciones que exigen los acuerdos electorales. Tampoco reconoce que no todos son capaces de esa labor, sean hombres o mujeres, y que hasta los más aptos pueden estar fuera sin siquiera trabajar en política.
Es necesario entender que los cambios sociales deben ser profundos y necesarios, sin divisiones, griterío ni actitudes patoteriles. Y sobre todo, que no se mezclen los mensajes en una maraña que no es casual y, además, confunde para dividir y marcar al malo de la película, que puede ser uno, todos y hasta el Estado.
Es que la confrontación parece no tener límites ni en las manifestaciones, porque ya se estila que los hombres que deseen participar deben ubicarse al final de la marcha para no invadir la protesta ni quitarle protagonismo a la mujeres. Y eso sí es erróneo, fascista y repudiable.