Demografía y maternidad adolescente

Por más de medio siglo hasta la actualidad nuestro país mantuvo cifra de embarazos adolescentes similares a la de los países africanos.
Esta situación evidencia problemas de desigualdad dado que los casos se concentran en lugares en condiciones de mayor vulnerabilidad social y económica. Por otra parte, los embarazos precoces son, en general, el resultado de una combinación de costumbres sociales, tradiciones, limitantes económicas y situaciones de vulnerabilidad.
A pesar de los esfuerzos realizados en distintos momentos, el indicador de fecundidad adolescente permaneció inalterado frente a cualquier tipo de política que buscara su descenso desde la década del 60, tendencia que se revirtió hace dos años.
Recientemente, el Ministerio de Salud Pública informó que la tasa de embarazo adolescente descendió de 55 a 51 nacimientos por 1.000 mujeres menores de 19 años entre 2015 y 2016, caída que se acentuó en 2017, con valor de 41 por 1.000 que representa 1.235 casos menos. A su vez, en este último año, los embarazos adolescentes representaron el 12,7% del total de embarazos, un 1,5% menos en relación al año anterior.
El subsecretario de Salud Pública, Jorge Quian, atribuyó la baja en el indicador del embarazo adolescente al despliegue de una serie de políticas sociales para este grupo de población, en el marco de las cuales se incluyen estrategias como la obligación de los prestadores de salud de entregar anticonceptivos, en particular implantes subdérmicos, y la educación sexual en las escuelas.
Estas acciones cuentan con la aprobación de organismos nacionales como el Fondo de Población de Naciones Unidas, cuyo representante en Uruguay, Juan José Calvo, destacó la estrategia del MSP con el objetivo de la disminución del embarazo adolescente y sostuvo que “los resultados están a la vista cuando se hace una política seria”.
El esfuerzo se justifica porque los efectos adversos de la maternidad adolescente están comprobados e involucran no sólo la pérdida de oportunidades para las madres, sino también una serie de efectos adversos para la salud de sus hijos ya que como ha registrado la Organización Mundial de la Salud, las muertes perinatales son 50% más altas entre los bebés nacidos de madres de menos de 20 años que entre aquellos nacidos de madres de entre 20 y 29 años.
En general, las adolescentes que se embarazan suelen tener menos chances que las adultas de acceder a cuidados calificados prenatales, del parto y de posparto, en tanto que complicaciones en el embarazo y el parto son causas de muerte para estas jóvenes. Asimismo, los recién nacidos de madres adolescentes tienen mayor probabilidad de tener bajo peso al nacer y mayores riesgos a largo plazo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha resaltado que existe una clara evidencia científica que demuestra que la inversión en métodos anticonceptivos ahorra vidas, contribuye a la igualdad de género y estimula el desarrollo económico.
En este sentido, el organismo internacional entiende que si todas las mujeres que desean evitar un embarazo usan anticonceptivos modernos y todas las mujeres embarazadas y los recién nacidos son atendidos adecuadamente, los embarazos no deseados se reducirán en un 70 por ciento, los abortos y la mortalidad materna en un 67 por ciento, respectivamente.
En Uruguay, según datos del Ministerio de Salud, la tasa de mortalidad infantil alcanzó también en 2017 un mínimo histórico de 6,6 por cada mil nacidos vivos, lo que resulta una noticia alentadora y que da cuenta de avances en la detección precoz de enfermedades durante el embarazo y los controles en el primer año de vida.
Por otra parte, está comprobado empíricamente a través de diferentes estudios que el embarazo adolescente suele ser un problema por la ausencia de una elección real de maternidad y la falta de oportunidades para las madres adolescentes.
Por ejemplo, una de cada cinco madres adolescentes proviene de hogares con dos o más necesidades básicas insatisfechas y la maternidad temprana también cercena oportunidades de estudio y trabajo: el 95% de las adolescentes que son madres no estudia, mientras que solo un 17% de las que no tienen hijos dejan sus estudios.
Además, el 80% de las madres adolescentes no tiene empleo ni lo está buscando y seis de cada 10 ni estudia ni trabaja (57,7%) por lo que su vida transita no más allá del espacio de la casa y el barrio, lo que sin duda afecta sus aspiraciones y expectativas, cuando no su estima, y es un caldo de cultivo para futuros problemas sociales aún más graves.
El acceso a la educación formal o no formal, abre nuevos horizontes en un escenario en que los cambios cuestan porque involucran no sólo temas sanitarios sino también creencias culturales relacionadas, por ejemplo, con que el embarazo adolescente es algo “hereditario” en su familia porque sus madres o abuelas también fueron madres adolescentes, o la maternidad como realización personal en determinados contextos en los que las adolescentes carecen de otros objetivos para sus vidas en el que el abanico de posibilidades es muy restringido.
Son cuestiones que hay que tener en cuenta a la hora del diseño de las políticas públicas con visión de futuro ya que la disminución de embarazos adolescentes en 2017 significó una caída del 30% en el descenso del total de los nacimientos en Uruguay.
Se trata de una nueva evidencia de que el crecimiento poblacional se da fundamentalmente en los sectores más desfavorecidos, lo que constituye un grave problema social y demográfico actual y aún peor en el horizonte cercano. Sin embargo, resulta claro que el crecimiento poblacional del país no puede sostenerse en hombros de la maternidad adolescente.