Solicitada

EL CONSUMO Y LA COMPETITIVIDAD
No hay duda de que la izquierda solo prospera por la fuerza o en tiempo de bonanza; con dificultades se agota sola. Ya pasó en el mundo. Un día sí y otro también escuchamos los cantos de sirena de la izquierda sobre el motor en la actual economía del país: el consumo. Pobre Marx, si viviera, se muere inmediatamente.
El consumo es muy bueno, pero hay varios tipos. El nuestro se basa en el consumo de artículos importados sin ningún agregado nacional y, por ende, sin generar inteligencia ni mano de obra autóctona, que es el grave problema del país para salir del alto desempleo y del empleo estatal.
Así, con lástima, basta ir a la góndola de un supermercado para ver desde cervezas argentinas, brasileras y mexicanas, refrescos argentinos, arvejas chilenas, palmitos ecuatorianos, choclo, sardinas y paté de carne brasileros, atún peruano, champiñones chinos o fósforos argentinos. Ni que hablar de la procedencia de automóviles, maquinaria, herramientas, accesorios, cubiertas, prendas de vestir, papelería (no se les cayó ni siquiera la idea de exigirles a las empresas de celulosa, en las negociaciones de sus prebendas, que terminen el proceso hasta el papel en el país). En el pasado, el país todo –y Paysandú en particular– supo tener fábricas privadas que producían competitivamente la mayoría de estos productos.
Uruguay, cada vez más, vende solo commodities, ya que no podemos agregar valor ni a las producciones más elementales como la carne, la soja o la madera, obteniendo un producto final que sea viable económicamente. Así liquidamos no solo a los productores agropecuarios, a quienes la izquierda considera desde siempre enemigos explotadores, sino a cualquier atisbo de industria nacional, a la que volvemos imposibilitada de subsistir. Lógico que así sea, somos un país inviable por sus enormes costos internos, sus desequilibrios fiscales, su atraso cambiario y su tremendo despilfarro.
El Estado hipertrofiado que soportamos nos fagocita para mantener a empleados públicos improductivos que ya no tienen más lugar en sus atestadas oficinas de cualquier repartición, o empresa pública deficitaria, por la intransigencia del Pit Cnt, que pretende que todo puesto de trabajo, de cualquier rama sea estatal o en su defecto pagado a precio de oro, sin tener en cuenta la productividad.
Estas son pequeñas perlas, pero sigamos. Preguntémonos por qué todo es caro e ineficiente en este país (descarto que no es por el exceso de apropiación de la plusvalía del trabajador). ¿Tendremos que tener bebidas alcohólicas estatales? En un mundo multipolar, con un sinnúmero de proveedores de refinados, de distintas ideologías, ¿deberemos tener una refinería de petróleo minúscula e ineficiente, debemos mantener artificialmente una productora de biodiesel, cuyo producto hace detener las maquinarias, solo para mantener más zánganos?
Un ferrocarril, cuyo gremio, anquilosado en su inamovilidad, no deja salir de su retroceso y cada vez transporta menos tonelaje, por no decir nada. ¿Debemos mantener la CGN como garantía de alquileres, más las privadas que incursionan este negocio, cuando modificando la ley de alquileres, que es un contrato entre privados, como en los países desarrollados, el que no paga un mes, al próximo sale o lo sacan?
¿Debemos mantener cementeras atrasadas tecnológicamente, con maquinarias no instaladas, deteriorándose, por haber calculado mal la demanda de cemento y además tener líos hasta con los parqueros, ellos también prendidos a la teta? ¿Es necesario pagar enormes sueldos a legisladores y burócratas? ¿Tenemos que tener en el Parlamento –y demás servicios estatales– gente que gana muchísimo por servir café o llevar papeles, además del sinnúmero de secretarios?
Un Instituto Nacional de Colonización acorde a la política colectivista del gobierno entrega tierras a proyectos colectivos autogestionados, a pesar de que la mayoría fracasa y vuelve a entregar las parcelas, ya que no cuentan con capital ni conocimientos para llevarlas a buen puerto. Con esto aumentan la frustración y las nefastas consecuencias en la mentalidad de la gente, que vuelve a depender de las dádivas del Estado. A pesar de la férrea oposición de toda la izquierda a las reformas de los 90, ¿dejaron de funcionar el BSE, la telefonía celular estatal, los puertos? No, funcionaron muy bien y sin déficit, en régimen de competencia. Todo lo que hay que reformar, comenzando por achicar significativamente el Estado, debe ser parte de un acuerdo mínimo nacional de toda la actual oposición, dejando de lado las chacras. Por supuesto, subiendo mucho la vara de la ética y la austeridad de la función pública, para no perdonar desvíos –cualquiera sea su color– políticos. No es con paños tibios que se arreglan décadas de malas gestiones y prebendas otorgadas al grito. Llegó la hora de meter el bisturí a fondo, para empezar a tener el país que merecemos. Este es el desafío de la hora.
Héctor Jorge Barone Zeni