Un año más de lo mismo en la región

En todo inicio de año, la oportunidad es propicia para tratar de establecer una hoja de ruta en nuestras actividades inmediatas y objetivos, pasar raya y encarar con perfil más decidido y positivo los desafíos que nos presenta el futuro. Demasiado a menudo llegamos al término del año con el convencimiento de que la realidad no siempre ha pasado por el eje que nos hemos trazado, y que es hora de recomponernos para no volver a cometer error tras error, más allá de los imponderables.
Lo mismo ocurre con los gobiernos, los países, las regiones, y a ello no escapa un subcontinente tan heterogéneo como América Latina, donde a los condicionamientos externos se suman los de origen socioeconómico y avatares propios de una región en la que se sigue en el subdesarrollo, con gobiernos populistas que viven el presente, sin hojas de ruta para encarar objetivos de crecimiento con desarrollo. Por otro lado, los casos de corrupción siguen sacudiendo a gobiernos de todos los colores. Es decir, una mezcla muy compleja y retorcida de causas y consecuencias, donde se intercambian acusaciones y pase de facturas entre los actores para no pagar costos ante la opinión pública.
En torno a este escenario, un análisis del observador internacional Nicolás Albertoni para El Observador da cuenta, de cara a este nuevo año, que quedan pocas dudas respecto a que América Latina enfrenta un contexto internacional incierto en materia política y económica. Menciona la inestabilidad en la península coreana, el incompensable accionar de Donald Trump en algunos frentes de la agenda internacional y la crisis de refugiados aún irresuelta, entre otros temas, que hacen que sea casi imposible predecir qué deparará el año que comienza.
Pero no solo se trata del contexto internacional, sino que lo que ocurra en el mundo exterior nos hará tanta mella porque hay numerosos problemas internos en la región que están muy lejos de resolverse y por el contrario, se tropieza una y otra vez con la misma piedra de los populismos, los inmediatismos, la demagogia y la explotación de recursos en su forma primaria, mientras el valor agregado se da en otras latitudes.
Evalúa Albertoni que durante 2017 América Latina estuvo lejos del debate internacional. El primer año de Donald Trump en el poder, cuya agenda internacional estuvo principalmente centrada en Eurasia sumado a una Unión Europea aún oscilante tras la salida del Reino Unido –a excepción del debate del muro y la renegociación de Nafta con México– y posicionaron a América Latina en un segundo plano en un contexto ya de por sí complejo.
Asimismo, desde una mirada económica y comercial, la región sigue muy descolgada del resto del mundo, lo que acentúa las consecuencias de la primarización, porque ante un sistema multilateral del comercio en una constante crisis, diversos acuerdos multilaterales avanzan en paralelo. La última conferencia ministerial de Buenos Aires dejó en evidencia que la Organización Mundial del Comercio (OMC), hasta no alcanzar un cambio estructural profundo, difícilmente podrá lograr los consensos necesarios para avanzar en la agenda que se propone.
La última cumbre ministerial arrojó escasos avances y, tras meses de negociaciones a partir del retiro de Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) hace pocos meses, los ministros de los 11 miembros restantes anunciaron que alcanzaron un consenso sobre los “elementos centrales” de lo que denominaron un Acuerdo Integral y Progresivo para el TPP (CPTPP, por su sigla en inglés). Este grupo de países lo integran, entre otros, Australia, Canadá, Japón, Nueva Zelanda y Singapur. Solo tres latinoamericanos están en esta mesa de negociación (Perú, Chile y México).
Sobre todo, América Latina tiene sin resolver el desafío de reorganizar su integración regional, y a la vez la baja armonización de las reglas regionales del comercio hace que su participación en las cadenas globales de valor siga siendo muy baja. Eso, unido a la primarización de las economías regionales, nos deja al margen de los debates estratégicos internacionales de otras regiones. Es decir, mientras hoy en América Latina nuestro principal desafío pasa por ver cómo podemos integrarnos a cadenas de valor del mercado, ya en otras regiones el tema ha sido superado y nos han dejado muy atrás, por lo que siempre estamos sujetos a depender de las migajas que dejan quienes ya han pasado a otra cosa, en un mundo tan globalizado como cambiante.
Así quedamos en la urgencia de que debemos resolver cuanto antes el debate de una integración regional más dinámica, para un comercio más libre y de más influencia en el crecimiento de los países del área, como un primer escalón para acuerdos entre bloques que todavía no se han alcanzado. Por ejemplo, un Mercosur que desde hace más de veinte años sigue en negociación con la Unión Europea.
Y mientras persisten estos y otros puntos clave a dilucidar, no es menos importante la incidencia que tienen en la economía regional y particular en cada país los cambios de signo en los gobiernos. Es así que en este 2018 la región se acerca a una ola de elecciones, porque se concretarán seis: Costa Rica (febrero), Paraguay (abril), Colombia (mayo), México (julio), Brasil (octubre) y –posiblemente– Venezuela en algún mes del segundo semestre del año. No es menor recordar que otras seis elecciones presidenciales se avecinan en 2019 (Bolivia, Argentina, Uruguay, El Salvador, Panamá, y Guatemala) lo que hará que del año entrante casi un 90% de la región atraviese meses de alta tensión electoral.
Y más allá de la suerte diversa de los respectivos gobiernos, esta ola electoral se dará en medio de fuertes denuncias por corrupción vinculadas con partidos políticos, con un cambio de talante en las poblaciones respecto a los gobiernos de izquierda que no han resistido su tradición de apelar a los populismos, con intentos de respuestas inmediatas a determinados reclamos, pero con inmediatismos que solo pueden mantenerse “mientras dure el dinero de los otros”.
Una vez que es preciso afrontar la situación con recursos genuinos, a partir de la creación de riqueza y equilibrio fiscal para no sobreendeudarse, o emitir moneda y crear inflación como alternativas, los problemas reaparecen en toda su crudeza o potenciados, porque solo han sido barridos bajo la alfombra.
Y por ahí pasan muchos de los problemas crónicos estructurales de América Latina. Vivir el presente, para no pagar costos en la próxima elección, y así seguir pateando la pelota para adelante, mientras los países en serio avanzan por sus políticas de desarrollo a mediano y largo plazo, por encima del partido que ocasionalmente esté en el poder.