Solicitada

DURAZNO, 23E
Quizá aquellos que critican a los productores reunidos en Durazno el martes 23 deberían leer con más asiduidad a Voltaire, quien dijo: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”.
El derecho a reunirse y expresar con libertad lo que uno piense, además de estar expresamente consagrado en nuestra Constitución –libro aparentemente desconocido y temido por varios integrantes de la fuerza de gobierno–, integra el bloque de los derechos humanos básicos (aquellos que muchos de los que critican esa reunión dicen con fervor, defender) y es uno de los pilares fundamentales del Estado de derecho. Nos convierte en totalitarios atacar esa garantía, algo parecido a lo que sucedía durante el gobierno de facto, donde solamente era válida la opinión que provenía del gobierno y eran acalladas, censuradas y oprimidas todas las voces discordantes con ese relato.
He visto, a lo largo de los últimos días, a varios miembros del gobierno atacar con énfasis y encono a los productores reunidos en Durazno. Pareciera casi como si les molestase al extremo que existan voces opuestas con el monolítico discurso oficial.
No caigamos en la demagógica y fascista posición de tildar de golpistas, desestabilizadores y antidemocráticos a aquellos que, haciendo uso de su derecho a manifestarse, lo hacen demostrando su hastío hacia las políticas del presente gobierno. No seamos ciegos en creer que solamente son legítimos y válidos los reclamos de los grupos de interés que son afines al gobierno y sus ideas, y que todo aquello que no venga pintado de colores progresistas tiene que ser sistemáticamente atacado.
Es tan legítimo ese derecho a reunirse de los productores rurales convocados en Durazno, manifestando su molestia, como lo es de quienes se manifiestan por los desaparecidos, como los que lo hacen –y con justicia– contra la violencia hacia la mujer, como quienes reclaman por los derechos de los animales o la no discriminación por la orientación sexual o raza, o contra la inseguridad o por el motivo que sea.
Tampoco es una cuestión de números. Que a una manifestación, cualquiera sea, asistan diez o 100.000 personas no hace ni menos ni más legítimo o atendible el motivo por el que se reúnen. Todos y cada uno de nosotros tenemos el derecho a manifestarnos por aquello que creamos justo. Parece una obviedad tener que explicar esto, pero a la vista está que desde el Frente Amplio no se piensa igual.
Un último punto a aclarar es la dura crítica al uso del pabellón nacional en la convocatoria: déjenme aclararles a todos aquellos que reprocharon esa medida que los símbolos patrios, así como la historia y la cultura, no son patrimonio ni bienes de uso exclusivo de la izquierda. Son comunes a todos los orientales y en tanto orientales aquellos reunidos en Durazno; he ahí entonces su derecho a usarlos.
¿Qué dirían aquellos que ahora se quejan, si se los criticase por usar –como lo hacen– el pabellón nacional en sus actos y manifestaciones? En síntesis, es claro que las soluciones a los reclamos no vendrán, ni por asomo, de aquellos quienes, frente a la movilización social, contestan con agravios, insultos y denostando a los portadores del mensaje.
Una postura bastante irónica, además, si se tiene en cuenta que varios de los que ahora disparan contra la movilización de los productores, además de haberla acompañado –rédito electoral mediante– en 2002, también en la época más oscura del pasado reciente arriesgaban su vida reclamando, justamente, libertad, democracia y república. No quiero creer que son tan cínicos, pero sobre todo malos orientales, como para embanderarse con la causa republicana y democrática solamente cuando les beneficia electoralmente. Agustín Silva Caccia