No es una pelea entre buenos y malos

La actitud fría, distante y de reacciones tardías que manifestó el presidente Tabaré Vázquez, tras el encuentro con las gremiales agropecuarias en la residencia presidencial de Suárez y Reyes es la respuesta de un sistema anquilosado en el tiempo bajo discursos que no hacen otra cosa que profundizar la grieta entre uruguayos.
“Allá, están las 4X4 de los hacendados que juntan el dinero a raudales y aquí, nosotros el pueblo bajo el halo de explotados y explotadores”, es más o menos la interpretación que se observa en las redes sociales e incluso en las declaraciones de algunos referentes políticos oficialistas sobre las últimas movilizaciones de productores agropecuarios al costado de las rutas. Incluso las manifestaciones sirvieron para “enchastrar la cancha” y poner en la misma bolsa a los peones rurales agredidos físicamente bajo circunstancias que aún resuelve la justicia, porque este es un estado de Derecho y allí se dirimen los atropellos. Al menos, hasta ahora ocurre así en Uruguay.
La infantilización de los argumentos y los debates ha llevado hasta el paroxismo y a una visión retrógrada de lo que significa “trabajar en el campo”. Es claro que el agro no es uno solo y los niveles de rentabilidad varían, de acuerdo a los commodities –vocablo usado hasta el cansancio para definir a la materia prima o productos destinados a fines comerciales– pero nadie puede desconocer que la industria láctea y el sector arrocero se encuentran en un punto crítico que explotó ahora, pero que avisaba desde hace tiempo que tenían problemas.
No es menos cierto que el presidente Vázquez recibió a las gremiales a raíz de las protestas de los productores en tiempos de verano y vacaciones, pero era notorio el desgano. Porque se machaca demasiado en la necesidad del diálogo y la negociación, cuando es obvio que se requiere decisiones rápidas y que sirvan, antes que paliativos que solo extienden un poco más la agonía de esos sectores en problemas o de discursos más o menos tranquilizadores.
Pero alcanzó que un productor convocara en una reunión en Paysandú a un bloqueo “en serio” de las rutas del país, para que se despertaran de la siesta y renovaran la artillería de adjetivaciones arcaicas.
Desde la ministra de Turismo que definió a los “reaccionarios” hasta un diputado que aseguró que “buscan poner en jaque al gobierno para que quede mal parado y desestabilizar”, no abundan aquellos que entienden que esta no es una pelea entre buenos y malos, con ánimos de poner en jaque la institucionalidad. Una cuestión que, ciertamente, jamás estuvo en duda.
Sin embargo, acostumbrados ya a este “modus operandi” de división entre uruguayos que viven en un país muy pequeño para tantas “chacritas” políticas, se deberá reconocer que la protesta callejera es un bien para atesorar, porque en otros países se reprimen sin contemplaciones y solo alcanza con mirar la televisión.
Entonces vale la pregunta: ¿De quiénes son las calles? ¿Del Pit Cnt, que marcha por reivindicaciones laborales? ¿De las organizaciones sociales y feministas, que toman los centros de las ciudades para “visibilizar” (como les gusta decir) un tema que les preocupa? ¿O de quienes se convoquen con respeto a los demás porque el libre tránsito de las personas es un derecho democrático? De todos ellos, claro.
El problema es la criminalización de algunas protestas y la permisividad de otras, con una mirada edulcorada y complaciente que no se hará esperar, en tanto nuevamente aparece la predisposición a ubicar a la opinión pública en contra de las agremiaciones agropecuarias, como si nadie dependiera de un sector que es la matriz exportadora e industrial del país. Por eso se pudo apreciar la presencia de comerciantes y consumidores en las reuniones convocadas por los productores, si se toma en cuenta el notorio incremento del precio de algunos productos que integran una canasta básica y que provienen del agro.
Y el desaire era notorio. Desde la ausencia del ahora exministro Tabaré Aguerre a la última edición de la Expo Prado, hasta el silencio oficial sobre su renuncia presentada el pasado 21 de diciembre, que se hizo pública recién el vienes 12 de enero a través de la prensa (otra vez la prensa haciéndose cargo de tareas oficiales), todo lo demás era obvio. Sin embargo, los vaivenes económicos, el atraso cambiario, la baja rentabilidad de algunos sectores y los problemas de productividad en un país con altos impuestos, no se manejan con obviedades ni discursos tranquilizadores.
Es que las arengas ya no convencen a muchos y hay quienes ya saben –por esa obviedad mencionada– que al final de los encuentros las declaraciones serán políticamente correctas.
Por eso, el lunes 15 faltó la Federación Rural que es una pata importante en esta mesa que organiza, junto a otras asociaciones, la reunión que se efectuará el 23 de este mes en Durazno, donde presentarán un documento que resume los planteos conocidos.
Y por eso tampoco se trata de un descontento político “contra el Frente Amplio” de quienes no quieren que “al país le vaya bien”, como aseguró un legislador oficialista.
La soberbia y la intolerancia aniquila a las naciones librepensadoras y de rico pasado, como la nuestra, donde los representantes nacionales –puestos en ese lugar por el pueblo– no se pueden volver contra él. Sino, por el contrario, reconocer que una infraestructura deshecha, con climas variables y costos de producción altos provocaron la pérdida de 8.000 productores familiares y a un aumento de la extranjerización de la tierra, precisamente una de las banderas de aquella “reforma agraria” que vociferaba la izquierda fundacional.