La corrupción explícita despertó a los argentinos

Cuando Argentina no terminaba de salir del impacto que significó el triunfo del gobierno de Macri en las recientes elecciones legislativas de medio término, tras semanas de fogoneo por el kirchnerismo del caso de la desaparición del activista Santiago Maldonado en el río Chubut, la detención este miércoles del exsuperministro de Planificación Julio De Vido, implica un nuevo duro golpe para los protagonistas de la estructura de corrupción que se extendió en el vecino país durante más de una década.
En Uruguay particularmente, por sus lazos indisolubles con Argentina y la penetración de los medios argentinos, se ha seguido muy de cerca el desarrollo de los acontecimientos. Estos se enmarcan en lo que han denominado, en la vecina orilla, como una “grieta”, que por un lado tiene al kirchnerismo, encabezado por Cristina Fernández, y por otro, al oficialismo, pero en mayor o menor grado también por el resto del sistema político, que ha pasado a ser mayoría electoral.
Desde esta orilla, salvo algunos grupos de la coalición de izquierda que se guían por motivos puramente ideológicos, hace años que hay un hartazgo con respecto al estilo de gobierno autoritario y soberbio del kirchnerismo. Una muestra de ello fue el respaldo al bloqueo ilegal de los puentes sobre el río Uruguay ante el diferendo en torno a la planta de UPM y el desplante que incluso hizo en su momento la expresidenta Fernández al presidente Tabaré Vázquez, cuando en pleno discurso de asunción de la mandataria en el Parlamento le reprochó con acritud la postura uruguaya.
El punto positivo es que a partir de las elecciones de 2015, en que Mauricio Macri superó en balotaje por mínimo porcentaje al candidato kirchnerista Daniel Scioli, en Argentina se inició un dificultoso proceso de sinceramiento de una economía devastada por las políticas populistas –y la corrupción– de los tres sucesivos gobiernos K. Esto por supuesto implicó serios costos sociales al principio, como parte imprescindible de un reacomodamiento en transferencia de recursos en la economía.
Entre otros ítems, comprendió la reducción de los subsidios delirantes que se habían incorporado para ir manteniendo precios deprimidos artificialmente, con el costo enorme de desalentar inversiones, de sabotear la infraestructura productiva y encima aplicar muy gravosos impuestos al agro para intentar financiar todos los desaguisados.
La corrupción en prácticamente toda la gestión y las áreas de la administración agravó la sangría de recursos, que se tradujo en que no se hicieran obras de infraestructura ni se invirtiera en extraer y distribuir petróleo y gas; este último abunda en Argentina. Por estas políticas irracionales el país pasó en pocos años de ser exportador a importador de gas natural, porque no había quien invirtiera en sacarlo. Mientras tanto, por efecto de los subsidios se comercializaban combustibles baratos y se contenía además artificialmente la inflación, con el agregado del engaño de no registrarla en los índices estadísticos oficiales.
Estas bombas de tiempo debieron ser desactivadas –algunas estallaron– gradualmente por el gobierno de Macri, que ha tenido errores de cálculo en cuanto a la magnitud de los entuertos y desequilibrios. La economía argentina deprimida ha tardado mucho en recuperarse, con algunos brotes verdes en este segundo semestre del año, pero sin poder revertir el hecho de que estos ajustes inevitablemente deriven en una caída real del poder adquisitivo del ciudadano medio.
¿Y cuál ha sido entonces el factor para que el electorado desechara esta vez la tentación de los inmediatismos, de vivir el presente, para darle un rotundo rechazo al kirchnerismo en las urnas? Bueno, posiblemente ante tanta corrupción, ver cómo han saqueado el erario de la nación por delincuentes encaramados en el poder durante más de una década, la clase media ha asumido que es preciso desembarazarse de los corruptos para poder sentar las bases de una nueva forma de hacer política –no exenta de errores, naturalmente– y que pese a este trago amargo, consecuencia del legado kirchnerista, hay por lo menos esperanzas de que las cosas cambien para bien. En una Argentina donde por muchos años se ha cedido ante los cantos de sirena de gobiernos populistas, que han tenido una vasta red de clientelismo sobre todo en los sectores más empobrecidos de la población, siempre se puede recaer en las viejas prácticas tan pronto pase el tiempo y las expectativas se diluyan por falta de logros, que nunca se puede descartar.
Las recientes elecciones legislativas se desarrollaron en un clima enrarecido, donde el kirchnerismo y grupos radicales de izquierda trataron de “tirarle con un muerto” a toda costa al gobierno de Macri. Por el caso del activista Santiago Maldonado se trató por todos los medios de responsabilizar al gobierno, como si a este le conviniera la desaparición forzada de un joven desconocido en el remoto sur argentino.
Pero después que la autopsia del cuerpo diera indicios de que había muerto ahogado, los integrantes del gobierno del presidente argentino respiraron aliviados. Las elecciones legislativas, por lo tanto, se llevaron a cabo sin ese clima enrarecido que dominó la campaña electoral. Y, al final del domingo, Cambiemos celebró haberse convertido en la primera fuerza a nivel nacional y de doblegar nada menos que en la provincia de Buenos Aires a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Pese a conseguir su banca en el Senado por Unidad Ciudadana y convertirse en la principal figura de la oposición, resultó perdedora en el mayor distrito electoral del país, frente a su contrincante Esteban Bullrich, de Cambiemos, que obtuvo dos bancas en el Senado con algo más del 41% de los votos frente a poco más de 37% del kirchnerismo.
Y pese al núcleo duro kirchnerista que a nivel nacional se sitúa en el orden del 20% y con un peronismo que reunido seguramente sigue siendo la primera fuerza, la expresidenta, por su autoritarismo y actitudes soberbias –debe recordarse que ni siquiera quiso entregar la banda presidencial a Macri– “ofreció” que a partir de ahora todo el peronismo se encolumnara detrás de Unidad Ciudadana, naturalmente con ella como líder.
Esta sola posibilidad es rechazada por el resto de los grupos peronistas, que no tienen líder y siguen desperdigados. No va a ser nada fácil para este partido histórico ser una alternativa al macrismo en las elecciones presidenciales de 2019, mientras el “factor Cristina” esté presente y sea un motivo de espanto para gran parte del electorado, aún para aquellos que no comulguen con el macrismo pero asuman, como han hecho hasta ahora, que es el mal menor en las alternativas de poder.