El Encuentro une a todos, de todas partes y todas las ideas

Se cumple en la presente jornada el acto central del vigésimo tercer Encuentro con el Patriarca, el acontecimiento anual que reúne miles de personas, no solo de Paysandú, en realidad de todo el país, con el objetivo primordial de rendir homenaje a la trayectoria de José Gervasio Artigas, el prócer nacional. En un espacio que le fue esencial, en un lugar cercano adonde estableció la capital del Protectorado de los Pueblos Libres, en 1815. En un sitio de amplio paisaje donde se hace sencillo pensar en su legado.

El Encuentro con el Patriarca se realiza en setiembre, en el entorno del 23, para conmemorar el fallecimiento del héroe ese día de 1850, en Asunción del Paraguay, adonde había llegado treinta años antes. La historia cuenta que sus últimas palabras fueron “¡Mi caballo! ¡Traiganmé mi caballo!” Y la historia también recuerda que sus últimos años los vivió de limosnas, como el propio Artigas le confió al ingeniero Mayor Enrique de Beaurepaire Rohan, de Brasil.

Curioso sería que 167 años después de aquella muerte y de aquel cortejo fúnebre de apenas cuatro personas, según consignó el Diario del Paraguay en su edición del 24 de setiembre de 1850, el general supiera de la veneración de que hoy es objeto, aquí, allá y más allá.

Esa veneración que parte del corazón gaucho, de ese gen que une a todos los orientales, y que pervive aun en aquellos que jamás abandonaron suelo urbano. Por eso el caballo como elemento esencial del homenaje. Cabalgar ciento tres kilómetros, desde la ciudad de Paysandú hasta la Meseta, allí donde su imagen domina el horizonte, en el busto debido al escultor Juan Azzarini.

Su vida fue significante, aunque no exactamente para todos quienes fueron sus contemporáneos. Hoy, sin discusión al respecto, en este departamento de tanta significación artiguista se recuerda su vida en el día de su muerte.

No deja de ser curioso, porque en verdad, como escribiera la chilena Isabel Allende (en “Eva Luna”), “la muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan”. Nadie olvida ya a Artigas, cuya estampa estilizada aparece en plazas, edificios públicos, escuelas y otros institutos de educación de todo el país. “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”, escribió nuestro Mario Benedetti.

De todas maneras, resulta pertinente conmemorar el fallecimiento del héroe, no porque sea alegre el momento que se recuerda, sino por su trayectoria, por su lucha, por su legado.

En 1995, unos pocos –muy pocos– jinetes partieron de Wilson Ferreira Aldunate y ruta 3, al trote hacia la Meseta. Otras decenas, un par de centenas, se fueron sumando, comprendiendo desde el mismo comienzo la importancia de hacerse al camino, comprendiendo que la vida es medio, que cual agua de río va fluyendo.

Y desde entonces –hace ahora veintitrés años– el número de los de a caballo solamente crece. Sin pausa. Se cuentan por miles, actualmente unos cuatro mil. Ya no solamente sanduceros, de todos los rincones del país. Ya no solamente gauchos acostumbrados a vivir a pleno cambio, sino también gente de ciudad que comprende el desafío, que acepte unirse a esta marcha, no un éxodo, sino un retorno al lugar donde Artigas fue el líder indiscutido de los Pueblos Libres, una suerte de peregrinación ecuestre a la Meca del artiguismo. Y como tal no se trata de “hacerse o disfrazarse de paisano”, sino de honrar las raíces de la propia Patria; porque no hay nada más auténticamente uruguayo y rioplatense que el gaucho, por encima de cualquier otra expresión cultural que se quiera imponer por distintos intereses.

En 1997, veintidós jinetes representantes de diversas aparcerías –o sin representación alguna– aceptaron otro desafío: cabalgar mil kilómetros hasta Asunción del Paraguay, en un camino hacia la libertad, en una marcha impulsada por la veneración al jefe de los orientales, pero que implicó además enfrentar los desafíos de cada jornada. De esa marcha se cumplen veinte años y en alrededor de un mes será recordada allá en el mismo lugar al que se llegó, en la escuela Artigas de Asunción del Paraguay.

El Encuentro con el Patriarca, por el momento, no parece haber alcanzado su cielo. Días antes de iniciarse la cabalgata en Paysandú y sus alrededores se formaron seis nuevas sociedades nativistas. Con el principal primer objetivo de cabalgar hasta la Meseta. Y hacia allá fueron. Allá están. Con los otros miles.

De nuevo, como lo ha sido desde siempre, Artigas es de todos los orientales. No es cierto que el Encuentro sea de tal o cual colectividad política. Ninguna la reclama, cierto es, pero no por eso deja de escucharse que esté teñido de determinado color.

Pensar eso, en verdad, es desconocer la atracción del prócer, de sus ideales. Nadie pregunta color político, como tampoco nivel académico ni económico. Cada año van mezclados armoniosamente, lado a lado, con las mejores pilchas o con las que se pudo comprar; con camionetas 0 km cerca, como equipo de apoyo, o simplemente con un “mono” con una bolsa de dormir y poco más.

La marcha es igualitaria, en todo sentido. Es bien sanducera, porque fue establecida por un puñado de sanduceros que entre sus labores diarias de campo, pensaron que sería bueno tomarse unos días para cabalgar al encuentro con el patriarca. Pero ya ni siquiera eso. Es de todos los que sientan el legado artiguista.

Es el orgullo legítimo del Encuentro con el Patriarca. El nacimiento de una idea que no tuvo padrinos, que provino de unos pocos paisanos y que se fue expandiendo por todo el territorio. Aun dificultades sanitarias impiden que lleguen masivamente desde Argentina, especialmente Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Córdoba y Misiones, donde existe un profundo sentimiento artiguista.

Pero si ello fuera posible, seguramente el número de jinetes podría duplicarse con facilidad. Más allá de los avances de la tecnología, de las comodidades a las que se ha acostumbrado la sociedad de primer cuarto de siglo XXI, la tradición no se pierde, simplemente porque corre por nuestras venas, con la misma cotidianeidad, con eso que forma una cultura, una conformación nacional, el famoso ser nacional.

Hay un Artigas que por la simplificación que lleva a repetir cansinamente algunas de sus frases fuera de contexto, lo han hecho una figura de bronce, un ser lejos de toda humanidad. Pero está el verdadero, ese que aquel 23 de setiembre de 1850 partió sin pena ni gloria, desandando el camino hasta no ser más que polvo.

Ese mismo que no murió porque sigue vivo en el recuerdo.

Habría que profundizar desde la enseñanza en su legado verdadero, en el artiguismo, como hombre no como bronce. Como ser imperfecto que vivió su tiempo con la misma pasión que nosotros vivimos el nuestro. Pero que supo responder a los desafíos de su época, supo enfrentar poderes invasores, supo buscar la libertad junto a los más desamparados, supo mirar una conformación regional que en verdad está lejos de la división de fronteras que luego se desarrolló.

Pero hoy, hoy mismo, el artiguismo es el que convoca. Miles fueron a caballo, otros miles como sea, en cualquier vehículo. Allá en la Meseta, en una enorme comunión de sentimientos, ideales y –también– necesidades, Artigas reúne. A todos, sin distinción alguna. Y de todos los pagos. En un verdadero encuentro. Con él. Con el Patriarca.