Laicidad de la hipocresía

 

El Consejo de Educación Secundaria (CES) resolvió la separación del cargo a la directora del liceo N° 1 de Salto, ante la denuncia de la ministra de Educación, María Julia Muñoz, de presunta violación de la laicidad, a raíz de una jornada sobre sexualidad, impartida por un grupo de madres que entregaron fetos de juguete y un folleto con la imagen de la Virgen María. Las autoridades actuaron con inusitada celeridad, en tanto recibieron la denuncia el viernes, y el lunes la directora del CES, Celsa Puente, informaba sobre la resolución que incluye la retención del 50% del salario e inicio de un sumario.
Las mujeres a cargo de la charla con los jóvenes aclararon que el encuentro se basó en datos científicos, desde su experiencia como padres y que los fetos en miniatura demostraban que el cuerpo humano “está formado” a la décima semana de gestación. Ante los cuestionamientos por la ausencia de distintas voces, las talleristas aclararon que “no fue un debate” y cuando un grupo de estudiantes retornó al aula en búsqueda de material adicional, se encontraba un folleto con la imagen religiosa que se viralizó en las redes sociales.
En Salto, de un total de 100% de ginecólogos con objeción de conciencia a la interrupción voluntaria del embarazo que se presentaba al comienzo de la instrumentación de la ley, descendió al 85% y ha sido un asunto no resuelto en un departamento donde se encuentra la diócesis católica de mayor extensión en el territorio nacional.
Paralelamente, la diputada del MPP por Salto, Manuela Mutti, encara una fuerte campaña en las redes en favor de la laicidad y entrecruzó opiniones con el senador del Partido Colorado y exintendente de Salto, Germán Coutinho, quien aseguró que la decisión de las autoridades de Secundaria es un hecho político. Y mientras la directora general, Celsa Puente, manifestaba su “sorpresa” ante “un error tan grueso” cometido por “una directora de tantos años de ejercicio”, el consejero de ANEP en representación de los docentes, Robert Silva, cuestionó el sumario, reconoció la necesidad de una investigación y rechazó que se asegure la existencia de “hechos muy graves sin siquiera haber escuchado todas las campanas” para “cobrar al grito de la tribuna”.
Es que la laicidad tiene tanta historia como la revolución artiguista, porque desde el artículo 3º de las Instrucciones del Año XIII se promueve “la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable” y, a partir de allí, se extiende a la Constitución de 1830, la ley de enseñanza pública de José Pedro Varela hasta llegar al gran impulso de José Batlle y Ordóñez a comienzos del siglo XX. La definición de un Estado laico, desde la Constitución de 1918 hasta ahora, parece clara para todos. Sin embargo, la laicidad se encuentra limitada estrictamente al concepto religioso y ha sido bastardeada por fogoneros de la verdad absoluta, cuando su idiosincrasia constituye las bases de una república. Por esa razón, ha sido descuartizada en los distintos subsistemas de la enseñanza, en los sindicatos y en el imaginario colectivo, enmarcado en un largo proceso de deterioro del libre pensamiento que vulnera de manera sistemática sus conceptos básicos, ante la pretensión de su orientación específicamente a las cuestiones de credos religiosos.
Por eso, a pesar del escándalo generado en el liceo salteño e histeria colectiva que provocó la polémica, es imprescindible recordar una charla sobre diversidad que hace algunos años se brindó en el Liceo Zorrilla de Montevideo, autorizada por el director de entonces, Enrique Tomassi, y que permitía faltar a las materias que se dictaran en el mismo horario, sin enterar a esos docentes que vieron sus clases diezmadas. O la charla difundida en el mismo liceo denominada “No a la baja de la imputabilidad y Ley de Medios”, organizada por una asociación estudiantil, a cargo del único disertante, Gabriel Mazzarovich, director del semanario comunista El Popular, cuya posición es obviamente clara en ambos temas.
O la celebración de “la semana del Patrimonio”, en octubre de 2006 en el liceo de Nueva Helvecia, donde su directora, Ana Falero, convocó al entonces diputado del MPP, Homero Viera, quien contó su (única) versión del asalto tupamaro al Club de Tiro Suizo en 1963. O el homenaje al tupamaro fallecido en la toma de Pando, Ricardo Zabalza, en el liceo de Minas, con la colocación de una placa alusiva en la fachada, en 2010. O la manija que se imparte en las maratones plagadas de adjetivos, que no promueven la sana práctica del deporte y la socialización, sino la politiquería barata: “Estamos corriendo, no escapando” y “Ser joven no es delito”.
También se recuerda el discurso del exdiputado Hugo Cores del Partido por la Victoria del Pueblo, en homenaje a un desaparecido en el local de la UTU, en Montevideo. O la llegada al liceo de Juan Lacaze de los dirigentes tupamaros, Roberto Vladimir Cabrera y Albérico Torres, quienes brindaron una charla sobre la historia reciente. O el llamado al Parlamento que impulsó un grupo de dirigentes colorados, ante la supuesta violación de la laicidad del exministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, por su iniciativa de entregarles biblias a los soldados que viajaran a las misiones de paz.
O la intervención del exsenador y actual canciller, Rodolfo Nin Novoa, en un cine de Melo ante un grupo de estudiantes, a quienes arengó que las movilizaciones son “la manera de decir cuáles son sus sentimientos”, en tanto reivindicó que “la ocupación es una medida de lucha” porque “los movimientos estudiantiles en el mundo fueron los precursores de muchísimos movimientos que después llevaron a grandes cambios”. Y hasta se puede incluir en esta polémica, la oposición a la intención de erigir una estatua de la Virgen María, en un predio de Montevideo.
Entonces, se transita confusa y vagamente –a estas alturas a sabiendas— entre los términos laicidad, laicismo y secularismo que, ciertamente, no es la misma cosa ni se aplica de igual manera. Sin embargo, la práctica constante de la soberbia habilita a actuar con impunidad, no permite ver el contexto, no ejerce el debate y acostumbra a tratar a las personas como seres estúpidos e infradotados. Y eso, lamentablemente, se ha vuelto una costumbre.