Avanzando en la cuerda floja

Debe evaluarse en un contexto por lo menos alentador los datos divulgados por el Banco Central del Uruguay en relación con la evolución de la economía del país en 2016, conocidos hace pocos días, que indican que el año pasado se revirtió el estancamiento de 2015, a partir sobre todo de un escenario regional comprometido.
La economía tiene muchos componentes y presenta síntomas que pueden resultar como la fiebre en un paciente, que no es una patología en sí misma sino una señal de que algo anda mal.
Por ese motivo es necesario tomar los parámetros en conjunto para determinar cuál es realmente la causa de los problemas, para poder analizar con objetividad todo el escenario, y eventualmente introducir los correctivos que estén al alcance, porque hay además influencia de factores endógenos y exógenos, y en estos últimos no hay posibilidad de incidir.
Un equivalente de la fiebre es precisamente la inflación, que denota que el problema está en un desfasaje entre precios y costos, así como un componente inevitable de expectativas de los agentes económicos, sin perder de vista la emisión monetaria, por mencionar los más comunes, sobre los que incluso no hay acuerdo entre los economistas, porque además hay empujes de corto plazo y tendencias de largo aliento, que refieren en este último aspecto a deficiencias estructurales.
Y en lo que refiere al dato indicador de que la economía ha retomado el crecimiento en 2016, aunque muy moderado –del orden del 1,5 por ciento, cuando en la década anterior el ritmo prácticamente se duplicaba o hasta triplicaba– debe considerarse el contexto, desde que no estamos aislados del mundo y la región. Por lo tanto es muy auspicioso habernos desacoplado de la suerte de Argentina y Brasil, que hasta ahora no han logrado superar la recesión en la que han caído en los últimos años.
La economista de la consultora Deloitte, Florencia Carriquiry, indicó en un análisis que “la economía se aleja del estancamiento en el que estuvo en 2015. Confirma que la economía está acelerando, dando un muy buen desempeño en el cuarto trimestre y muestra que Uruguay mantuvo su desacople con la región porque 2016 fue un mal año para Argentina y Brasil”
Por su parte el economista Gabriel Oddone, al igual que su colega Carriquiry, consideró que el dato del último trimestre del año pasado, sobre todo, diferencia a Uruguay de la región y que esto mejora las perspectivas para este año, pero ambos entienden que este crecimiento no es una licencia para aumentar el gasto público.
“Las cuentas fiscales cerraron en 2016 con un déficit de 4% del PBI. Son una luz amarilla en los equilibrios macroeconómicos del Uruguay”, observó Carriquiry.
“Seguimos teniendo a lo largo de 2016 y en el primer dato de 2017 un desempeño fiscal que da señales de preocupación. Por lo tanto, el resultado fiscal está mejorando respecto a lo que hubiera sido si no tuviéramos actividad pero está lejos de ser un resultado fiscal satisfactorio. Sigue habiendo un estrecho margen de maniobra para el espacio fiscal”, comentó Oddone.
Así, con el crecimiento de 3,6% en el último trimestre del año respecto a igual período de 2015, la economía había empezado y terminó 2016 mejor de lo que las circunstancias externas permitían anticipar pocos meses atrás.
Las circunstancias internas adversas son reflejo principalmente de la situación regional, que más de una vez nos ha arrastrado a crisis, pero en esta oportunidad la economía uruguaya demostró ser menos permeable a estos avatares. De esta forma, a pesar de la caída de 2,3% de la economía argentina y de un nuevo retroceso de la actividad brasileña (-3,6%) en el último año, el Producto Bruto Interno Bruto (PBI) de Uruguay pasó de una muy débil tasa de expansión de 0,4% en 2015 a un 1,5% en el último año, con la influencia sobre todo del 3,5 por ciento en el último trimestre.
Sin embargo, esta tasa de expansión no ha sido suficiente para captar nuevos empleos y ni siquiera para mantener todos los ya existentes, y si bien el consumo creció, lo ha hecho de forma lenta y en un año en el cual el salario medio aumentó a una tasa de 1,6% en términos reales, el gasto final de los hogares solo se expandió 0,7%, lo que habla de cautela en contraer deudas y salir a consumir con confianza. Precisamente si se mira el último trimestre del año, el consumo sigue creciendo a la mitad de la tasa que la economía en su conjunto, lo cual da cuentas de una marcha frenada.
Entre los aspectos favorables, tenemos que la inversión dejó de caer en el último año y pasó a un saldo positivo, aunque mínimo, en su aporte a la expansión económica.
Sobre todo, no puede perderse de vista que esa reactivación se explica enteramente por la inversión pública, principalmente por el desarrollo de infraestructura vial durante 2016.
Pero la inversión pública es en los hechos un paliativo sin sustentabilidad, porque es dinero que se detrae de los bolsillos de todos los uruguayos y que no se devuelve enteramente a la economía, y aparece como una píldora a la espera de las respuestas desde el motor privado. Por lo tanto el elemento realmente positivo en este encuadre es que la inversión privada en el último tramo del año tuvo una fuerte aceleración. Luego de ocho trimestres consecutivos de caída, la inversión privada acumuló tres de crecimiento interanual y el último a una tasa de 11,3%, al punto que la mitad del crecimiento de la economía en el cuarto trimestre de 2016 se explicó por el repunte de la inversión privada.
Más allá de estos elementos auspiciosos, la gran sombra que se proyecta sobre la economía refiere a un déficit fiscal que está ya en el orden del 4 por ciento, y que indica que el Estado sigue gastando más de lo que recauda, y en cualquier economía, si se gasta más de lo que ingresa se entra en una brecha que luego resulta en un efecto traumático terrible si no se logra revertirlo.
Esto es particularmente delicado cuando a la vez se debe compatibilizar con decisiones políticas de cara a visiones ideológicas y los tiempos electorales, con instancias inminentes como la próxima Rendición de Cuentas. Ya la actual discusión en el tema es vista por algunos sectores del Frente Amplio como una oportunidad para imponer su propia agenda, que implica profundizar una política tributaria y de gasto estatal apuntando supuestamente a la redistribución del ingreso.
Esta premisa de repartir desde el Estado, muchas veces con ópticas asistencialistas, es un factor de distorsión por excelencia que se agrega al problema fiscal, y si desde la fuerza de gobierno no se logra en esta instancia ajustar el gasto del Estado a las posibilidades del país, corremos el peligro de ser arrastrados nuevamente a un escenario voluntarista y delirante.